5.05.2009

La entrevista

El viaje era largo y agotador, en uno de esos autobuses viejos y sucios, el paisaje era verde y agreste. En un momento dado, más de la mitad de los pasajeros se bajaron subitamente, protestando en una lengua indigena que no descifré. A partir de ahí venía lo mejor del trayecto, el sol calentaba a más no poder y el paisaje se tornaba más siniestro, más soleado, y más cálido, pero era evidente que estábamos llegando a un lugar inadecuado. Al bajar estuve a punto de pisar a un escorpión, el chofer se rió de mi torpeza, por que debí hacer un gesto un poco ridículo. Caminé por un poblado sucio y desagradable, por un camino de casas desvencijadas que seguramente se veían igual de mal cuando estaban nuevas, todo el lugar, y las escas personas que lo transitaban emanaban el aroma del abandono. Llegué al lugar convenido y toqué la puerta:
-Así que es usted el que quiere ver a Don Sata

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