11.05.2009

El perro y el bar

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Siempre he pensado que lo que les arruinó el matrimonio, y la vida, a Héctor y a Carmen fue que en lugar de hijos tuvieron un perro, y no cualquier animal, sino uno de esos bichos inmensos, que pesan casi lo mismo que una persona, grande, torpe y fiero. Cuando lo conocí, el perro estaba tan viejo como ellos, lo bajaban cuando el bar se cerraba, y solo quedábamos los cuatro amigos de confianza, que solíamos quedarnos hasta amanecer, porque aquel bar era un lugar excelente para deprimirse oyendo buena música. Yo había llegado a ese lugar por accidente, y me resultó completamente acogedor porque ponían música que me gustaba, no diré que en esta ciudad no se oiga buena música, pero son muy escasos los sitios donde la música no me produzca ganas de marcharme casi al instante de haber llegado. Héctor sabía de música, como un amigo que tuve en la universidad que se volvió loco, como cierto DJ caraqueño con el que amanecimos bebiendo también una vez o como mi cuñado, pero lo divertido con Hector es que teníamos una afinidad muy parecida con la música pop (más que con el rock), pero yo rock podía oír en mi casa, y los bares de rockeros son aburridos como kindergardens, en el bar de Héctor todo el mundo tenia más de 30 y era un poco infeliz, pero todos lo sobrellevaban conversando y bebiendo, los únicos inmaduros del bar eran sus cuarentones dueños y su horrible perro, una que otra vez los visité de día, ya que vivían en la misma casa donde tenían el bar, y vivíamos cerca, pero no soporté el olor que desprendía el animal y que dejaba impregnada toda la casa. No quiero que se me mal interprete, no odio a los animales, en lo absoluto, pero no me parece justo tener una bestia castrada y babeante metida en una casa, convirtiéndose en una especie de mueble apestoso, dándole el cariño y los cuidados que el egoísmo, el miedo y la irresponsabilidad impiden a sus amos dárselo a un niño. El bar era un fracaso, abrían solo cuando tenían ganas, y Héctor y Carmen vivían endeudados todo el tiempo, un poco a cuenta de los padres de cada uno, pero no eran tampoco de familias especialmente pudientes, así que andaban siempre en quiebra. Carmen se llegaba a molestar cuando venía mucha gente al bar, porque ella se sentía como una comensal más, no como la persona que debía atender, Héctor por su lado, era abiertamente grosero cuando alguien le pedía una canción, porque es que no era esa clase de bar, si ibas, pretender que te pusieran una canción fuera de las previstas era como pedir que pintaran una de las paredes de verde, y así reaccionaba Héctor, mirando con odio a los ilusos que querían oír alguna cosa en especial, y que rara vez volvían por el lugar. Para ambos el bar era como una aventura de adolescentes que ganaban con él lo suficiente para las bebidas de la siguiente fiesta, pero no se habían dado cuenta de que habían pasado 20 años viviendo de la misma forma, que conversando, ya repetían las mismas anécdotas una y otra vez, recordando esos tiempos pasados que siempre habían sido mejores, justo como hacen los ancianos, porque ellos eran, y no lo sabían, como unos niños ancianos. El día que les pidieron la casa no sabían qué hacer, buscaron un lugar nuevo pero no consiguieron ninguno, comenzaron las peleas, yo traté de distanciarme pero no me dejaban, supe que había sido un error hacernos tan amigos cuando me costaba tanto soportar sus ataques de histeria, cuando Héctor decía cosas como que su perro valía más que las personas (odio la gente que piensa así), o Carmen se ponía celosa cuando me veía ligando en el bar y me cobraba de más por los margaritas, una vez tuve que quedarme hasta la mañana, calmando a Carmen que lloraba y gritaba que Héctor no la quería, pero es que era un trato, desde siempre habían acordado que ella lo amaba a él, y que él solo la soportaba a ella, era la pelea de celos más extraña que vi, Carmen reclamándole a Héctor porque en lugar de amarla con todo su corazón, prefería drogarse con sus amigos, recuerdo que estallé y la regañé, su actitud hubiera tenido sentido si él al menos se estuviera drogando con otra mujer o algo por el estilo, pero Héctor no estaba para esas cosas y yo lo sabía, ambos me miraban como si yo fuera mucho mayor que ellos. Era de mañana cuando me fui, ambos me agradecían, yo salí a caminar por un parque donde un montón de personas hacían aeróbicos, pensaba que todos mis amigos habían sido más inteligentes que yo, y se habían ido a vivir a otro lado mientras habían podido, yo había firmado un contrato de tres años, y no podía irme aunque quisiera, aunque me dieran visa en cualquier país del mundo donde hubiera bares donde se oyera buena música y yo pudiera tener la precaución de no hacerme amigo de los dueños.
Este año salí de una cena en Rouen, una pequeña ciudad cerca de París en Francia, íbamos caminando con mi hermana y su esposo y llegamos a un bar al que ellos nunca habían ido, entramos, inmediatamente sentí algo familiar, la decoración, el target adulto joven, y la música pop escogida con buen gusto, era muy parecido al bar de mis amigos del perro fósil, estuvimos un rato ahí, mi hermana pidió un margarita, se lo dieron decorado con un extraño pitillo fosforescente de color rosado, Una compañera de oficina de mi hermana me sacó a bailar y me contó sus aventuras cuando a los 17 años se fue a Londres a trabajar como niñera. Sonaba una canción de M (Mathew Chedid), la amiga de mi hermana bailaba con su novio y me puse a hablar con los tipos de la barra, eran increíblemente familiares para mí, el mismo gesto de cuarentón que se siente de 20, que ve en la fiesta su razón de vida, pero estos eran una pareja gay, que solo con verlos exudaban más estabilidad que mis amigos de Bogotá. Mi hermana estaba cansada, debía trabajar al día siguiente, así que nos dejó a mi cuñado y a mí en el lugar. En la pista un grupo de unas 10 lesbianas de todas las edades bailaban y coreaban "les femmes" de Yelle, de pronto, la del medio, la más fea, más vieja y peor vestida de todas se acercó a mí y me preguntó qué era ese extraño objeto fosforescente, le expliqué que era un pitillo del futuro y se lo ofrecí, pero lo rechazó cortésmente y volvió con sus amigas, mi cuñado y yo nos quedamos un rato en el bar y luego, cuando nos íbamos, le di el pitillo a la lesbiana, me dio un beso y todas las demás aplaudieron, afuera hacía frío, pero se sentía como una noche cálida.

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