12.17.2009

el chico de los mandados


El otro día no había nada para comer en mi despensa, pero como había caminado unas 50 cuadras no tenía ganas de salir al supermercado, un amigo en el msn me dijo que porqué no pedía algo a domicilio. Yo me reí, lo de los "domicilios" nunca me ha resultado una costumbre natural, es como lo de las carreras de taxi, que cuestan menos que ir en el carro de uno, esas pequeñas situaciones que reflejan que se vive en un país del tercer mundo, donde el salario mínimo es tan bajo como para que sea buen negocio pedir cosas a domicilio o viajar en taxi, aquel inútil recorrido por la noche neoyorquina que emprende en taxi el inútil Tom Cruise en aquella inútil película "Eyes Wide Shut", por el que paga más de mil dólares, en Bogotá habría costado menos de cincuenta. Y no sé, cuando trabajaba en una oficina, me parecía adecuado pedir comida a domicilio (especialmente si llovía), pero viviendo y trabajando en un barrio populoso como Chapinero, donde hay restaurantes y supermercados en todas las cuadras, sin estar enfermo o muy corto de tiempo, lo de pedir la cena a domicilio, más que un lujo snob, me parece algo así como poco viril. Hay razones para ello, una es que me crié sin domicilios y sin carreras de taxi más económicas que un almuerzo barato (en Venezuela no había eso), la otra es que yo en mi casa era el chico de los mandados, es decir, era yo el de los domicilios.
Fui el mayor de 3 hermanos, yo era el que cuidaba a los otros cuando eran chiquitos y el que iba siempre a la compra, incluso cuando todos crecimos, yo ya trabajaba, mi hermana iba a la universidad y mi hermano estaba por entrar al bachillerato, mi madre seguía enviándome a mí a comprar en lugar de a mis hermanos. Un día ocurrió algo absurdo, yo trabajaba en unas ilustraciones que debía entregar al día siguiente y mis hermanos veían la televisión, ambos. Mi madre se asomó al estudio donde estábamos los tres y me pidió que fuera al supermercado, mis dos hermanos, desde el sofá de la TV, se reían de mí. Yo enfurecí por que las ilustraciones eran importantes, "manda a uno de esos dos, no ves que estoy ocupado?", mi madre llegó a ofenderse porque yo no quería ir, que eso no era forma de contestarle y esa clase de cosas, y ni siquiera le dijo nada a mis hermanos, simplemente ese día no se compró nada, para ella era lógico que el de los mandados era yo, y otra cosa, mis hermanos, que siempre me superaron en inteligencia, nunca le hacían caso.
Pero hay otra razón de que me parezca absurdo pedir a domicilio, casi nunca traen lo que uno pide, o no había exactamente lo que uno buscaba, es necesario ir al lugar, revisar los mostradores, escoger otras opciones. Por lo general voy al supermercado sin una lista de víveres, simplemente voy comprando lo que se me antoja, y solo a veces, lo necesario. Ir al supermercado es divertido, tienen un sistema de hilo musical con temas instrumentales que sólo se oyen ahí, un jazz que no sé como llamar, como no sea, Jazz de supermercado, y es grato ver los estantes repletos de productos, uno se siente como el protagonista de un videoclip de Pulp, y lo otro es la caminata, el paseo, vivo en un barrio bonito por el que se puede caminar (eso por ejemplo, no se podía hacer en Venezuela), de hecho, si no fuera por el mal gusto local, especialmente en música (en Colombia se oye tal vez la peor música del mundo, pero además se oye a todo volumen), si no fuera por el mal gusto local, insisto, diría que incluso me gusta vivir aquí. En todo caso, disfruto yendo al supermercado, o a los restaurantes baratos que pululan por la zona, esa noche, y hoy también, fui a hacer mis compras como siempre, y no me arrepentí.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Felices fiestas, Diego. Gracias por todos estos años de complicidad.Y de revelaciones...

Anónimo dijo...
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