8.11.2021

La ajustadora de correas



Anoche, en un puesto en la calle, en la 13, me atendió una mujer, era un poco más joven que yo, pero no muy joven. Vendía correas, billeteras, sombrillas y otros productos. Le expliqué que necesitaba una correa pero que debía ser más pequeña que la mía, que me quedaba grande. Me miró con estupor, como si no se explicara como a alguien le podía quedar grande un cinturón. Le conté que adelgacé 20 kilos montando bicicleta y se rió. "Venga, cómpreme una y se la ajusto para que le quede bien, y le arreglo ésa", me dijo. Tenía unas herramientas para cortar cuero y perforar, en cuestión de segundos desarmó mi correa, le cortó un pedazo y la volvió a armar, y luego procedió a ajustar la nueva. Ya era de noche, mientras la mujer armaba y desarmaba correas, por la calle pasaban indigentes salidos de la corte de los milagros, deformes, drogados, monstruosos, uno se quedó frente al puesto un buen rato y no se iba. La mujer lo miró y le hizo una seña, como a un perro, y el indigente se fue ."La semana pasada pasó uno y se llevó cinco correas", me contó. Cuando terminó su trabajo, yo quedé con dos correas nuevas completamente a medida con mi cintura actual. Le fui a pagar, eran 28mil y le di un billete de cincuenta, pero ella no tenía cambio. Me dejó cuidándole el puesto mientras buscaba donde cambiar el billete. Eso sí, me hizo parar no junto al puesto, si no recostado en la pared de una tienda cerrada diagonal al puesto de las correas, como si fuera una señal de que si yo estaba parado ahí, no tenían derecho a robarle. La lógica de la calle es más o menos así. Se tardó siglos en cambiar el billete, ya era tarde y la mayoría de los negocios estaban cerrados. Mientras tanto, frente al puesto fueron pasando toda clase de seres siniestros, los especímenes más horribles de la ciudad cruzaban frente a mí. Yo aferraba mi correa nueva en la mano como si fuera un arma, la correa vieja, ajustada, la llevaba puesta. Cuando la vendedora, y ajustadora de correas por fin apareció, me explicó que se había demorado porque tuvo que esquivar a "La paciente", que es la jíbara de la esquina de esa calle entre la 13 y la Caracas. Al parecer la Paciente, cada vez que veía a mi vendedora le daba una paliza, por yo no sé qué historia que tenían. "Cómo así, camine y la levantamos", le dije. Se rió de nuevo, para ella era evidente que yo no era un tipo de meterme en peleas callejeras, pero de algún modo agradecía mi "solidaridad". Eran 28mil, le dije que se quedara con 30, "ahora tengo dos correas", argumenté. Y me fui caminando. Eso sí, por la siguiente calle subí, para alejarme de la 13.Ocho millones de historias tiene la ciudad.

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