6.25.2010

El niño cambiado

—También yo os voy a contar algo espeluznante: ¡un asno en el tejado! Cuando todavía llevaba el pelo largo (pues desde niño he llevado una vida de Quío ) falleció un día el esclavo favorito de nuestro patrón, una perla, por Hércules, mimoso y cumplido en todo. Mientras su pobre madre lo estaba llorando y muchos de nosotros la acompañábamos en el velatorio, de repente la emprendieron con él las Estriges. Se diría que un perro perseguía una liebre.

Teníamos a la sazón un hombre de Capadocia , grande, que era bastante atrevidillo y tenía fuerza: era capaz de alzar en vilo un buey furioso. Entonces éste, audaz, con la espada desenvainada salió corriendo por la puerta, su izquierda cuidadosamente envuelta, y atravesó por la mitad a una de estas mujeres, más o menos por esta parte (¡salvo me sea lo que toco!). Oímos un gemido y (no voy a mentir) no pudimos verlas. Nuestro fortachón, apenas entró, se echó a la cama, y todo el cuerpo lo tenía amoratado, como herido a latigazos, porque (no cabía duda) lo había tocado una mano nefasta.
Nosotros cerramos la puerta y regresamos a nuestra tarea, pero cuando la madre fue a abrazar el cuerpo de su hijo, toca y ve un fantoche relleno de paja: no tenía corazón ni intestinos ni nada; las Estriges, en efecto, ya habían escamoteado al niño y habían dejado en su lugar un monigote de paja. Os lo ruego, es preciso que creáis que hay mujeres que saben más de la cuenta, que hay Nocturnas, y lo que está boca arriba lo vuelven boca abajo. En fin, el fortachón tras este suceso no recobró nunca más el color; es más, a los pocos días murió en pleno delirio.
De El Satiricón, de Petronio

0 comentarios: