7.06.2012

DISCURSO DE ACEPTACIÓN DE WILLIAM FAULKNER DEL PREMIO NOBEL DE LITERATURA

"Siento que este premio no se me concedió a mí como hombre, sino a mi trabajo —el trabajo de una vida en la agonía y en el sudor del espíritu humano, no por la gloria y menos que nada por el beneficio, sino por producir los materiales del espíritu humano que antes no existían. De modo que este premio se me ha confiado solamente a mí. No será difícil encontrarle una dedicatoria a la parte del dinero, proporcionalmente con el propósito y el significado de su origen. Pero me gustaría hacer también lo mismo con la aclamación, usando este momento como pináculo desde el cual me puedan escuchar los hombres jóvenes y las mujeres dedicados ya a la misma angustia y afán, entre los cuales ya está aquél que algún día se pare donde yo estoy parado.
Nuestra tragedia hoy es un miedo físico general y universal sostenido desde hace tanto que ahora podemos incluso cargarlo. Ya no hay problemas del espíritu. Hay solamente una pregunta: ¿Cuándo reventaré? Por este motivo, el hombre o mujer joven que escribe hoy ha olvidado el problema del conflicto del corazón humano consigo mismo, que es lo único de lo que se puede lograr la buena escritura, es lo único sobre lo que vale la pena escribir; sólo eso merece el sudor y la agonía. Él joven escritor debe aprenderlo otra vez. Debe enseñarse a sí mismo que tener miedo es lo más bajo que hay; y al enseñarse eso, olvidar el miedo para siempre, y no dejar espacio en su taller a nada que no sean las viejas verdades y realidades del corazón; las viejas verdades universales sin las cuales una historia es efímera y está condenada a morir: amor, honor, caridad, orgullo, compasión y sacrificio. Mientras no haga eso, trabaja bajo una maldición. Escribe no de amor sino de lujuria, de derrotas en las que nadie pierde nada de valor, de victorias sin esperanza y, lo peor de todo, sin lástima o compasión. Sus penas no se conduelen de los huesos universales, no les dejan ninguna cicatriz. Escribe no con el corazón sino con las glándulas.
Hasta que aprenda estas cosas, escribirá como si sólo estuviera parado, observando el final del hombre. Y yo no creo en el fin del hombre. Es muy simple decir que el hombre es inmortal sencillamente porque prevalecerá, porque cuando el eco de la última campanada del juicio se haya apagado en la última y más miserable roca, vacilante, aunque ya no le sacuda la marea, en el último crepúsculo rojizo y agonizante, aún entonces habrá un sonido más: el de la mezquina pero inextinguible voz humana que seguirá hablando y hablando. Pero yo creo que es algo más que eso. Creo que el hombre no sólo perdurará, sino que prevalecerá. Es inmortal, no porque sea la única criatura que tiene una voz inagotable, sino porque tiene un alma, un espíritu capaz de compasión y sacrificio y resistencia... El deber del poeta, del escritor, es escribir sobre esas cosas. Es privilegio del escritor ayudar a que el hombre resista elevándole el corazón, recordándole el coraje, el honor, la esperanza, el orgullo, la compasión, la piedad y el sacrificio que han sido la gloria del pasado. La voz del poeta necesita no simplemente ser el recuerdo del hombre, puede ser uno de los puntales de los pilares que lo ayuden a resistir, a prevalecer..."

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