3.29.2025

El perro y el rock

 Le comentaba a mi amigo Joni que solo compro libros de autores que conozco, por apoyarlos. El me respondió con acritud que no debería comprarles nada, para que sufrieran más y eso los inspirara para escribir más y mejores libros. El sábado no compré un libro pero fui a un concierto de rock, con entrada libre. Alcancé a tomarme una cerveza con los miembros de la banda antes de que tocaran (la cerveza me la invitaron ellos). Tenían un amigo que me presentaron pero no recuerdo su nombre, lo llamaré Rubén, que tenía un perro inmenso, negro y marrón que medía como un metro de alto y tenía solo un año de edad. Le caí bien al perro, me puso su pata sobre la pierna como si fuéramos conocidos de toda la vida. Le expliqué riendo a Rubén que no, que no me molestaba. Que de niño odiaba a los animales, pero de adulto, durante la cuarentena de 2020, viví en el campo tres meses, rodeado de perros, gatos, gallinas, caballos, vacas y tilapias, y había descubierto que los animales eran seres emocionales como nosotros. Rubén me explico que el perro se lo había regalado su mamá y que él al comienzo lo habia rechazado, pero que ahora lo acompañaba a todos lados, incluso a los conciertos de rock. Le comenté que vivimos en una época pet friendly, donde uno ahora puede ir con su mascota a casi cualquier espacio público. Me dijo que había excepciones, que a él no lo habían dejado entrar con el perro, que se llamaba Tyson, ni a la plaza de mercado ni a un puteadero. "Y no estoy hablando de un puteadero fino, si no uno de esos del barrio Santafé". Aunque disimulé, creo que debí levantar las cejas en señal de escándalo, porque Rubén agregó "Ya no sé ni porqué estoy contando estas cosas". En algún momento Tyson ocasionó un accidente que implicó cerveza derramada en el suelo. Yo fui precisamente a la barra a comprar una pinta y cuando volvi mis amigos rockeros se estaban montando ya en la tarima, Tyson y su curioso dueño habían desaparecido. El concierto estuvo muy bueno, había muchos chicos muy jóvenes, que podrían ser mis hijos, y chicas que también podían ser mis hijas, que pogueaban y golpeaban más duro que los hombres. Regresé caminando a casa, pensando que ver bandas en vivo siempre me subía la moral, sobre todo si son grupos de los que conozco las canciones, De pronto recordé que había tenido una semana horrible, horrible de ponerme a llorar, o de escribir libros terribles como le gustaría a mi amigo Joni. Una semana de esas para el olvido, tal vez la más triste que he pasado en más de una década, pero un concierto de rock de una banda que me gusta y un perro amistoso me habían salvado la noche.

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