Era el año de 1817. Un día recibí cartas de mi compadre Ambrosio
Almeido y de José Ignacio rodríguez, el primero se hallaba enfermo en Tocaima,
y el segundo en la Mesa. Su contenido era recomendándome a Policarpa Salavarrieta para que la tuviera en casa, que venía de
Guaduas, donde la perseguían. Esta tenía dos hermanos frailes, Agustín José y José María, con quienes yo tenía amistad, y me recomendaban a su
hermana lo mismo que a su hermanito pequeño Bibiano, que venía con ella.
Policarpa era
joven y bien parecida, de color perlado, viva e inteligente. El joven Bibiano
se le parecía, pero era tardón para hacer las cosas.
Con la llegada de
Policarpa los trabajos políticos se aceleraron y como ella no era conocida en
la ciudad, salía y andaba con libertad, y facilitaba la correspondencia con las
juntas y con las guerrillas. Aparecieron como auxiliares Sabaraín y otros que
estaban de soldados por insurgentes; los postas eran más frecuentes, pero las
pesquisas y patíbulos se aumentaban.
Al fin supieron
que los patriotas tenían juntas y que auxiliaban a las guerrillas. Cogieron a Juancho Molano y lo fusilaron, porque
descubrieron que era uno de los auxiliadores, fusilaron también a Vega, porque le dio una peseta a un
desertor para que se fuera.
Alarmados los
patriotas resolvieron que variara de casa, a una distante y de humilde
apariencia, y me trasladé a otra situada en la esquina da la calle de la
carrera de Bolívar, dos cuadras abajo de Egipto. Corno eran tan activas las
averiguaciones para saber quiénes eran los principales agentes de los
patriotas, al fin descubrieron que era Policarpa, y entonces tomaron todo
interés para descubrir su habitación. Sabedores de esto los patriotas que se
reunían en mi` casa, dejaron de ir, y los únicos que volvieron eran los RR. PP.
Salavarrietas a llevarles recursos a sus hermanos; mi comadre Carmen Rodríguez, una vez que otra y mi
compadre José Ignacio Rodríguez,
cuando llegaba de La Mesa, que siempre lo hacía de noche.
En el ejército de
los españoles había un sargento en quien estos tenían toda su confianza; hombre
sagaz, atrevido, sanguinario y constante perseguidor de los patriotas; este era
Iglesias a quien habían comisionado
para descubrir el escondite de Policarpa y prenderla, ofreciéndole hacerlo
oficial redoblaron sus trabajos por todas partes; pasaron algunos días son
lograr su objeto, y solo supieron que Policarpa tenía un hermano pequeño que la
acompañaba, y a quien deseaban conocer.
Frente a la
puerta del Colegio de San Bartolomé había una tienda especie de fonda a la cual
concurrían. Iglesias y otros sargentos, sus camaradas. En uno de los días en
que iban a fusilar estaba Iglesias en la tienda con sus compañeros hablando de
las fusilaciones; y dirigiéndose a la
ventera que los estaba oyendo, le dijo que deseaba conocer al hermano de
Policarpa Salavarrieta; la ventera le contestó que por allí lo habla visto
pasar, Iglesias le encargó que cuando lo viera se lo mostrara, y la mujer se lo
ofreció. Pasaron unos pocos días—Bibiano subía de la plaza con algunos víveres—
lo vió la ventera, llamó a Iglesias
que estaba con otros y le avisó; éste salió haciendo señas a uno de sus
compañeros y siguió a Bibiano a distancia, hasta verle entrar a casa.
Llegó la noche
que estaba muy clara: serían las 11 o las 12: mi marido hacía poco que se había
retirado a la casa materna con su muchacho Eusebio.
Estábamos en la sala con Policarpa, Bibiano y yo que estaba criando, pensando
en retirarnos a nuestras camas, cuando oímos un estrepitoso ruido por la
cocina, como que habían tumbado la puerta: quedamos asustadas y en silencio
esperando el resultado. Salen soldados al patio; se dirigen a la sala ;
comprendimos lo que era; entra Iglesias dirigiéndonos insultos y amenazas; Policarpa
le contesta con energía; yo permanecí sentada junto a ella callada; me toca con
un pie uno de los míos; le comprendo, entro a la alcoba, levanto el colchón de
la cama de Policarpa, recojo los papeles que había, salgo por la puerta del
cuarto, que estaba al lado opuesto de la sala, al patio, por entre centinelas a
quienes dí plata, entro a la cocina,
el fogón estaba con mucho fuego, porque se estaba cocinando una olla de maíz,
hago que atizo el fuego y arrojo los papeles, que se volvieron cenizas. Como
todo lo hice con rapidez, no percibió Iglesias que yo hubiera salido a la
cocina y menos cuando él no conocía la casa.
Regreso a la
sala, Iglesias me trata de insurgente, le contesté: “no sé qué cosa es
insurgente”; me dice que porque tengo allí a esa mujer (a Policarpa); le dije
que en esos días había llegado de tierra caliente con su hermanito que estaba
enfermo; Policarpa sostuvo lo mismo. Me preguntó, qué gente visitaba a Policarpa,
o se reunían la casa: le dije que nadie. Nos dejó en la casa con centinelas,
rondó toda la casa y no halló nada.
Quiso llevarnos a
todos presos, pero la circunstancia de estar yo criando, la creencia de que no
conocía antes a Policarpa y Bibiano; a éste le azotaron y a los tres días le
pusieron en libertad y volvió a casa.
Corno a los tres
días, por la noche, volvió Iglesias a rondar la casa: había llegado mi compadre
Ignacio Rodríguez y se había acostado, cuando sentí a Iglesias: cubrí a mi
compadre con un poco de ropa sucia, él se quejaba: me preguntó Iglesias quién
estaba allí, le contesté que un hombre que había llegado de Choachí y había enfermado
de tabardillo. Concluyó la ronda y se fue.
Los papeles
quemados contenían cartas de muchos patriotas, la lista de los que daban
recursos para auxiliar a los que iban a las guerrillas, comunicaciones de los
Jefes de éstas y borrador del estado de las fuerzas de los españoles.
Como al mes
fusilaron a Policarpa. Salió al banquillo con camisón y mantellina azul, con un
valor extraordinario, diciéndoles godos, tiranos, sanguinarios y retándolos con
los patriotas que pronto serian despedazados por ellos.
Policarpa era
pobre: no conocí ni llegué a saber que sus padres vivieran, ni más hermanos que
los RR. PP, Agustinos y Bibiano, que después de ser soldado tomó el estado de
sacerdote y murió hace algunos años en esta ciudad.
Fue escrita esta narración en Bogotá el 20 de abril de 1876 y se conserva el manuscrito en la Biblioteca Nacional.
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