11.17.2018

Relación de la heroína Policarpa Salavarrieta, su prisión y su muerte
Testimonio de Andrea Ricaurte

Era el año de 1817. Un día recibí cartas de mi compadre Ambrosio Almeido y de José Ignacio rodríguez, el primero se hallaba enfermo en Tocaima, y el segundo en la Mesa. Su contenido era recomendándome a Policarpa Salavarrieta para que la tuviera en casa, que venía de Guaduas, donde la perseguían. Esta tenía dos hermanos frailes, Agustín José y José María, con quienes yo tenía amistad, y me recomendaban a su hermana lo mismo que a su hermanito pequeño Bibiano, que venía con ella.
Policarpa era joven y bien parecida, de color perlado, viva e inteligente. El joven Bibiano se le parecía, pero era tardón para hacer las cosas.
Con la llegada de Policarpa los trabajos políticos se aceleraron y como ella no era conocida en la ciudad, salía y andaba con libertad, y facilitaba la correspondencia con las juntas y con las guerrillas. Aparecieron como auxiliares Sabaraín y otros que estaban de soldados por insurgentes; los postas eran más frecuentes, pero las pesquisas y patíbulos se aumentaban.
Al fin supieron que los patriotas tenían juntas y que auxiliaban a las guerrillas. Cogieron a Juancho Molano y lo fusilaron, porque descubrieron que era uno de los auxiliadores, fusilaron también a Vega, porque le dio una peseta a un desertor para que se fuera.
Alarmados los patriotas resolvieron que variara de casa, a una distante y de humilde apariencia, y me trasladé a otra situada en la esquina da la calle de la carrera de Bolívar, dos cuadras abajo de Egipto. Corno eran tan activas las averiguaciones para saber quiénes eran los principales agentes de los patriotas, al fin descubrieron que era Policarpa, y entonces tomaron todo interés para descubrir su habitación. Sabedores de esto los patriotas que se reunían en mi` casa, dejaron de ir, y los únicos que volvieron eran los RR. PP. Salavarrietas a llevarles recursos a sus hermanos; mi comadre Carmen Rodríguez, una vez que otra y mi compadre José Ignacio Rodríguez, cuando llegaba de La Mesa, que siempre lo hacía de noche.
En el ejército de los españoles había un sargento en quien estos tenían toda su confianza; hombre sagaz, atrevido, sanguinario y constante perseguidor de los patriotas; este era Iglesias a quien habían comisionado para descubrir el escondite de Policarpa y prenderla, ofreciéndole hacerlo oficial redoblaron sus trabajos por todas partes; pasaron algunos días son lograr su objeto, y solo supieron que Policarpa tenía un hermano pequeño que la acompañaba, y a quien deseaban conocer.
Frente a la puerta del Colegio de San Bartolomé había una tienda especie de fonda a la cual concurrían. Iglesias y otros sargentos, sus camaradas. En uno de los días en que iban a fusilar estaba Iglesias en la tienda con sus compañeros hablando de las fusilaciones; y dirigiéndose a la ventera que los estaba oyendo, le dijo que deseaba conocer al hermano de Policarpa Salavarrieta; la ventera le contestó que por allí lo habla visto pasar, Iglesias le encargó que cuando lo viera se lo mostrara, y la mujer se lo ofreció. Pasaron unos pocos días—Bibiano subía de la plaza con algunos víveres— lo vió la ventera, llamó a Iglesias que estaba con otros y le avisó; éste salió haciendo señas a uno de sus compañeros y siguió a Bibiano a distancia, hasta verle entrar a casa.
Llegó la noche que estaba muy clara: serían las 11 o las 12: mi marido hacía poco que se había retirado a la casa materna con su muchacho Eusebio. Estábamos en la sala con Policarpa, Bibiano y yo que estaba criando, pensando en retirarnos a nuestras camas, cuando oímos un estrepitoso ruido por la cocina, como que habían tumbado la puerta: quedamos asustadas y en silencio esperando el resultado. Salen soldados al patio; se dirigen a la sala ; comprendimos lo que era; entra Iglesias dirigiéndonos insultos y amenazas; Policarpa le contesta con energía; yo permanecí sentada junto a ella callada; me toca con un pie uno de los míos; le comprendo, entro a la alcoba, levanto el colchón de la cama de Policarpa, recojo los papeles que había, salgo por la puerta del cuarto, que estaba al lado opuesto de la sala, al patio, por entre centinelas a quienes plata, entro a la cocina, el fogón estaba con mucho fuego, porque se estaba cocinando una olla de maíz, hago que atizo el fuego y arrojo los papeles, que se volvieron cenizas. Como todo lo hice con rapidez, no percibió Iglesias que yo hubiera salido a la cocina y menos cuando él no conocía la casa.
Regreso a la sala, Iglesias me trata de insurgente, le contesté: “no sé qué cosa es insurgente”; me dice que porque tengo allí a esa mujer (a Policarpa); le dije que en esos días había llegado de tierra caliente con su hermanito que estaba enfermo; Policarpa sostuvo lo mismo. Me preguntó, qué gente visitaba a Policarpa, o se reunían la casa: le dije que nadie. Nos dejó en la casa con centinelas, rondó toda la casa y no halló nada.
Quiso llevarnos a todos presos, pero la circunstancia de estar yo criando, la creencia de que no conocía antes a Policarpa y Bibiano; a éste le azotaron y a los tres días le pusieron en libertad y volvió a casa.
Corno a los tres días, por la noche, volvió Iglesias a rondar la casa: había llegado mi compadre Ignacio Rodríguez y se había acostado, cuando sentí a Iglesias: cubrí a mi compadre con un poco de ropa sucia, él se quejaba: me preguntó Iglesias quién estaba allí, le contesté que un hombre que había llegado de Choachí y había enfermado de tabardillo. Concluyó la ronda y se fue.
Los papeles quemados contenían cartas de muchos patriotas, la lista de los que daban recursos para auxiliar a los que iban a las guerrillas, comunicaciones de los Jefes de éstas y borrador del estado de las fuerzas de los españoles.
Como al mes fusilaron a Policarpa. Salió al banquillo con camisón y mantellina azul, con un valor extraordinario, diciéndoles godos, tiranos, sanguinarios y retándolos con los patriotas que pronto serian despedazados por ellos.
Policarpa era pobre: no conocí ni llegué a saber que sus padres vivieran, ni más hermanos que los RR. PP, Agustinos y Bibiano, que después de ser soldado tomó el estado de sacerdote y murió hace algunos años en esta ciudad.

 Fue escrita esta narración en Bogotá el 20 de abril de 1876 y se conserva el manuscrito en la Biblioteca Nacional.


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