3.29.2025

jarmush

 Yo las primeras películas de Jim Jarmusch las vi en vhs, en videocasetes que eran copias de copias que alguien había traído de Estados Unidos. No tenían subtítulos y mi inglés de ese entonces no era demasiado bueno. Ni el de mis amigos, pero hacíamos lo que podíamos. El que consiguió las cintas fue Segismundo, que estudiaba arquitectura conmigo, los otros dos Fernando Y Martín, eran hermanos, y eran muy simpáticos. Segismundo abandonó la carrera para dedicarse al cine, yo la abandoné por los comics. Segismundo llegó a filmar un  corto experimental bastante extraño, pero bien hecho, yo alguna vez lo ayudé con el storyboard para un videoclip de Desorden Público. En mi casa, lo de que dejé de estudiar fue una tragedia, así que un poco por ganar tiempo me metí a estudiar Literatura, y Martín y Fernando estudiaban ahi, así que por una u otra razón siempre estábamos conectados.

Recuerdo con mucho cariño ese cineclub improvisado en la casa de Segismundo. Aquella fue una época muy oscura para mí, lo de que deje de estudiar la carrera que me habáin esocgido mis padres se volvió un drama familiar espantoso. En parte porque tuve amigos que me apoyaron, que me hacían comentarios amables y no tan amables de mis primeros y torpes comics, las cosas no terminaron realmente mal. Amigos con los que compartí el gusto por cine poco comercial que no emitían en salas, como Jarmusch, o de música que no era popular, como Love and Rockets, en parte porque tuve todo eso no ocurrió una tragedia. En parte porque los tuve a ellos, mi situación familiar me resultó tolerable, y no tuve el destino de aquel personaje de La sociedad de los poetas muertos al que su padre no le permite dedicarse al arte.

Pero luego las cosas fueron a peor. Yo me vine a Colombia, donde no tuve amigos con los que compartir mis gustos, pero hice mi vida y mi carrera aquí. Muchos años después Fernando dejó un comentario en uno de mis blogs, nosotros habíamos sido amigos cuando no había internet. Luego nos escribimos correos. Lo que me contó Fernando fue terrible. Yo lo último que había sabido de Martín es que se había ido a vivir a New York. Fernando me contó que una vez su hermano regresó a Caracas a visitarlos, que durmió una noche en la casa de su padre, un señor al que nunca conocí que tenía una zapatería. Pero las siguientes noches de su estadía en la ciudad Martín durmió en un banco del parque, al lado de la casa. Yo recuerdo ese parque. Luego Martín regresó a NY y hasta donde se supo, vivía en la calle. Fernando me escribía contándome esto desde España, donde él también era indigente y dormía en las estaciones de tren. Nunca entendí que fue lo que le pasó a estos dos hermanos, sólo tengo claro que ambos fueron muy buenos amigos.

Un día Segismundo me contactó en Facebook, había dirigido un largometraje y quería que yo lo viera. Lo vi, era una película muy rara, completamente experimental, mucho menos digerible que su corto de años atrás. No me quedó claro si era una obra de arte demasiado exquisita o un ejercicio de pedantería. Sabía que Segismundo me iba a preguntar mi opinión, busqué en internet reseñas de la película. Solo encontré una entrevista a Segismundo donde éste decía que su película era una metáfora sobre lo difícil que era vivir en Venezuela bajo el cruel bloqueo al que el imperialismo yanqui sometía al regimen de Maduro. Yo vi la película, y debo decir que no tenía nada que ver con eso. Sentí asco. Yo también dirigí un largometraje financiado con fondos públicos, mi relación con el ente que mal financió mi película no fue la mejor, pero nunca me pidieron que le lamiera las botas a un regimen asesino en una entrevista.

Recuerdo sí, mi grupo de amigos a los 19 años, amanecidas oyendo Purple Rain de Prince, ver Stranger than Paradise en grupo, ir a conciertos de los grupos latinoamericanos de moda, discutir sobre Proust y Joyce, escuchar Specials y John Lurie. Agradezco a mis amigos, aunque luego la vida nos haya dado a todos un vuelco.

LA BODA DE AFELANDRA




La vendedora de la calle del yeso me dijo que se llamaba cebra, y tenía sentido, porque las hojas tenían rayitas. La planta estaba a mitad de precio porque la tienda estaba por cerrar. La vendedora me explico que era demasiado trabajo, que prefería venderlas desde la casa. Me dio una pequeña tarjeta que tenía su dirección de instagram donde subíaa tutoriales de cuidados para las plantas. Cuando llegué yo a mi casa busqué en google, el nombre en latín era Afelandra. Al día siguiente, cuando Alejandra llegó, a ayudarme con mis comics, no pude evitar llamarla así. Hizo una cara muy rara, como de que no le gustaba que le pusieran apodos, pero que ése no le molestaba del todo, cuando le dije que así se llamaba la planta le dio risa.

Pero otro día la llamé así y se molestó "llámame por mi nombre", dijo. Ella no me había contado que se había casado, imagino que se imaginaba que la iba a criticar, pero la verdad es que si me hubiera invitado a la boda hasta le habría llevado un regalo. Me parece innecesario que, en el siglo 21 las personas firmen papeles para legalizar que viven juntas, pero no soy quién para juzgar las costumbres de los demás. Al fin y al cabo, a mí me gustan los comics y algunas películas de zombies, y ya no soy un adolescente. El caso es que Alejandra tenía unos cambios de humor intempestivos, que solo después supe que se debían a sus problemas matrimoniales.

Debían ser las 3 de la mañana cuando Alejandra/Afelandra me escribió preguntando si podía venir a mi casa. Me preocupé por la hora, era seguro que nada bueno podía haber pasado para que tuviera que venir justo en ese momento. Salí del apartamento y bajé a la puerta a esperarla, llegó un taxi y creí que era ella, pero no, era Pedro, el de la panadería que llegaba a esa hora a trabajar e hizo un montón de chistes aludiendo al hecho de que yo aparentemente había bajado a recibirlo. A Alejandra la vi desde la esquina caminando hacia mí. Llevaba un vestido bonito, se notaba que venía de una fiesta, o algo así. Subimos, y me dijo, con un tono muy dramático: "podemos hablar?". Hice señas de que la escuchaba y empezó a contarme todo. Se había casado con un muchacho con el que andaba desde hace tiempo. Fue una boda súbita, e íntima. La notaria, en un acto de generosidad, les compró una botella de champaña en el D1. "Pero ese champán no es malo, aunque sea barato", dije, por hacerme el simpático. Alejandra no se rió. Como ella me lo contaba asumí que él se había casado para que le dieran la ciudadanía o algo así, pero no se lo quise decir. 

Habían peleado, Alejandra decía que era el final, pero era obvio que no lo era. Había venido su suegra, desde Venezuela, y no se habían llevado bien. Me costaba imaginar a Alejandra con suegra, me la imaginé como la suegra de Pedro Picapiedra en versión latinoamericana, y me costó mucho aguantar la risa mientras Alejandra me contaba su melodrama. Nos quedamos hablando hasta que amaneció y un poco más. Ella se paró preocupada y miró la planta, "tiene piojos", dijo. Y era verdad, las hojas de la afelandra tenían unos piojos blancos diminutos. Pasé un buen rato limpiando las hojas con servilletas. Como a las nueve de la mañana Alejandra se fue, a reconciliarse con su marido. Yo bajé a acompañarla y compré dos empanadas donde Pedro, que me sonrió con picardía al ver a Alejandra con su vestido de fiesta, subiéndose a un uber. No lo quise aburrir contándole la verdad. 

La afelandra se mejoró de los piojos y creció frondosamente. Alejandra no se mejoró.

LA CALLE DEL YESO


Íbamos caminando con Alejandra, por la calle del yeso. En una tienda habían sacado varias piezas a la calle, la mayoría religiosas, o de esos objetos kitsch que la gente pone en la mesita de la sala. Destacaba mucho este Hulk de 30 cm de alto, que sostenía en una mano la cabeza del Capitán America, al que había decapitado. Le pregunté a Alejandra como se vería ese Hulk en mi casa. Dijo que se vería ridículo y que la gente pensaría que soy un inmaduro. A veces me pregunto que hago con Alejandra, una mujer 15 años menor que yo, pero que en algunas cosas piensa como una anciana. Que los comics son para niños y todo eso.

Días después pasé por la calle del yeso otra vez, pero solo. No estaba el Hulk. Pregunté y me enviaron al segundo piso de la tienda, era un espacio inmenso y concurrido, todas las piezas de yeso posibles, todos los adornos kitsch, las versiones pirata de héroes de anime, reproducciones toscas de la venus de Milo, vírgenes para todos los gustos y sí, mi hulk a un precio ridículo, 15mil pesos.

Era tan grande que, cuando llegué a la casa, no sabía donde ponerlo. Lo dejé al lado del computador, donde escribo estas líneas, por una semanas, hasta que tuve el tiempo de pintarlo, entonces lo puse al lado de la ventana, junto a unas plantas, y sigue ahí hasta hoy.

Dejé de verme con Alejandra, es que a veces me pone de los nervios. Ni siquiera diría que éramos amigos, tenemos poco o nada en común, pero trabajábamos juntos. A veces no me daba abasto con mis proyectos de comics, y ella, que los odiaba, me ayudaba. Un día me buscó, estaba muy triste, se había divorciado. O si somos más precisos, la habían divorciado. Yo la llevé a una fiesta, otro día fuimos al cine, pero estaba muy triste. Debía entregar el apartamento donde vivía, y le tocaba volver a la casa de su madre. Estaba tristísima y sin un centavo, a mí me habían ofrecido un proyecto que no estaba mal pago, pero era el tipo de proyecto al que solo me le medía si alguien me ayudaba. Se lo propuse y dijo que sí inmediatamente. Vino a la casa y sonrió al ver el Hulk "al fin lo compraste", dijo. Noté que le caía simpático, mucho más que cuando lo vimos en la calle del yeso meses atrás. Mientras fuimos trabajando me fue contando la historia de su fallido matrimonio. Me hizo odiar con todas mis vísceras a su esposo, y un poco a ella también, por ser tan tonta. Pero el cómic no quedó mal, se demoraron meses en pagarlo, pero no quedó mal. Un día Alejandra me preguntó porque me gustaba Hulk, si siempre digo que detesto los super héroes. Yo sé lo expliqué, pero nunca supe si me prestó atención, con ella es imposible saber si te está escuchando. Alejandra se define como neuro divergente, pero pienso que abusa de eso para disimular cuando un tema no le interesa. 

Otro día pasamos de nuevo por la calle del yeso, ahora había una figura de Thor con su martillo. Alejandra preguntó si me apetecía comprarlo, le dije que ni loco compraría ese pseudo héroe neonazi. En lugar de eso mandé a imprimir en 3d un Corto Maltés. Pero eso es otra historia.


Un teléfono viejo y mucha tristeza


Estaba sacando la cuenta de que debo haber participado en más de 50 convocatorias, y debo haber ganado unas cinco.  La primera fue cuando era muy muy joven, unos 22 años, y redacté el texto para que nos dieran una beca para la revista ACME, que nos permitió editar 4 números. La última, muchos años después, fue para asistir a un festival de cine en Suiza, donde vi mucho cine y bebí mucho Whisky. Bueno, y negocié el revelado en 35 mm de mi película con un laboratorio suizo, pero eso se cayó porque al final la película salió en digital. 

Alejandra llegó tarde, la mamá le había pedido que la acompañara a una diligencia a la que al final no fueron. Llegó a mi casa como a las 5 pm. Le pedí su celular, lo conecté a mi cargador y, efectivamente, no funcionó. "Vamos, conozco un sitio en la 13", dije. Se trataba de un lugar en Chapinero donde acompañé a mi hermano a comprar las fundas para su iphone, los que atendían me habían caído simpáticos. Llegamos y abrieron el celular, se había dañado la pieza que recibía la energía, el repuesto y el arreglo no eran caros, pero se demoraban. "Lo tenemos tipo siete y media, pero lleguen a tiempo que a esa hora cerramos". Les di mi nombre, mi número de cédula y mi número de celular, imprimieron una factura que guardé en el bolsillo de la chaqueta. Nos fuimos a hacer tiempo a una panaderia vegana a la que yo había jurado no volver, porque ponían condiciones injustas a los que pagamos con tarjeta. Pedimos unos pastelitos de no-pollo y unas avenas. Había una muchacha absurdamente bonita en la panadería, casi todas las vegetarianas son bonitas, y sobre todo, se ven mucho más jóvenes de lo que son. La misma Alejandra acaba de cumplir 34 y se ve de 22. Estaba apenada de que yo pagara el arreglo del celular, era un redmi viejo que yo le había regalado meses atrás, cuando compré uno más moderno que no me gusta. Le dije que no le diera importancia, que no se podía quedar sin celular porque entonces yo no la podría encontrar cuando necesitara que me ayudara con la parte 3d de mis comics. Se nos fue el tiempo charlando, las siete y media. Salimos corriendo, ya era de noche y cuando llegamos al sitio de los celulares estaba cerrado. Alejandra golpeó la reja, tal vez aun estaban adentro, dijo. Un señor nos dijo que ya se habían ido, que al día siguiente, a las 10, abrían. Alejandra estaba fuera de sí, necesitaba su celular a toda costa. Me dijo que buscara el número del tipo de la tienda en la factura para llamarlo. Le dije que no podíamos hacer eso, que era culpa nuestra haber llegado tarde. Alejandra alegó que el tipo a lo mejor vivía cerca y podía venir a la tienda. le dije que eso no tenía ningún sentido. Caminamos de regreso a mi casa, casi no habló en todo el camino, estaba furiosa. Cuando llegamos, por cambiar de tema, le pregunté si sabía algo de las convocatorias del Ministerio de Cultura. Me respondió que no tenía como saber nada si no tenía celular y el computador también se le había dañado. Ella también había aplicado a muchas convocatorias y había ganado al menos una. Un cortometraje que hizo quedó seleccionado en un festival en Argentina y la convocatoria le pagaba el viaje. Como Alejandra odiaba los aviones se fue por tierra. Regresó cinco años después, se plantó en mi puerta con un brazo escayolado, y un par de zapatos dorados que se había robado en una tienda en Guayaquil.

Entré a google y efectivamente no solo habían abierto la convocatoria del Ministerio, si no que se vencía al día siguiente. Le dije a Alejandra que iríamos por el celular y que por favor después ella se fuera para que yo me pudiera sentar a redactar la propuesta para la convocatoria tranquilo. Dijo que sí y que si podíamos ver una película antes de dormir, que estaba tan nerviosa que si se acostaba no pegaría ojo, pero que si poníamos una película se dormiría enseguida. "Tengo la de Bob Dylan", me dijo que perfecto, que la pusiera. Efectivamente se durmió en el sofá como a los 20 minutos, yo sí me quedé viendo la película completa. El muchacho de Duna hacía de Bob Dylan, aunque no se parecía nada, y la muchacha que hacía de Joan Baez era mucho más bonita que Joan Baez. La película decía un montón de mentiras, inventaba situaciones que nunca ocurrieron y, por motivos dramáticos, se tomaba un montón de licencias inventando situaciones y personajes que jamás existieron. Me encantó, era una oda al arte y al rock'n roll. A la mañana siguiente fuimos a lo del celular, ahora si recibía la energía, pero se había dañado la película que cubre la pantalla, el arreglo seguía siendo muy barato y dije que sí. Alejandra se puso furiosa y dijo que la querían robar, que era una estafa. Le dije que se calmara pero no quiso, me molesté y le dije que no se preocupara, que de todos modos yo pagaba el arreglo. Eso tampoco le gustó. La dejé peleando con el muchacho de la tienda. Cuando llegué a la casa me había alcanzado, me imaginé que se había venido corriendo por otro camino. Estaba hecha un manojo de nervios. Estaba sin trabajo y eso le producía ansiedad. No tenía el dinero para pagar el celular y la agobiaba deberme algo. Le dije que cuando trabajaba conmigo, eventualmente, unos 4 o 5 dias al mes, yo no le pagaba prestaciones, ni seguro contra accidentes ni nada de eso, que se tomara lo del celular como una compensación. No le bastaba. Le dije que se lo tomara como un regalo de cumpleaños, pero que por favor me dejara tranquilo para poder redactar mi convocatoria. Eso la enfureció más. Sonó mi teléfono, el chico de los celulares me dijo que lo tendrían listo a mediodía. Alejandra lloraba, no me quería recibir el dinero para pagar el arreglo. Gimoteó un rato y luego me recibió el billete, y la factura. Se fue, pude redactar parte de mi proyecto. Sonó el teléfono otra vez. Era el chico de los celulares de nuevo, el arreglo se demoraba un poco más porque les faltaba una pieza. Alejandra estaba gritando y diciéndole a todo el mundo que la estaban robando, que no trajeran sus celulares para reparar a ese negocio de ladrones. Le dije que me la pasara, se puso ella al teléfono y traté de calmarla, no escuchaba razones. Le dije al chico de los celulares que tuviera paciencia, que ella tenía el dinero para pagarle, que no era necesario que yo fuera. A la media hora volvieron a llamar, Alejandra había llamado a la policía y se había armado un verdadero escándalo. Me enfurecí, ella además ya no quería pasar al teléfono. El chico de los celulares fue sincero, "hermano, ella está registrada en las cámaras causando desorden, si yo le muestro esa cámara a los tombos se la van es a llevar detenida".

Demoré unos 15 minutos en llegar a la tienda. Eran dos policías, uno moreno buena gente, y otro blanco muy desagradable, hacían la pareja policía bueno/ policía malo como en las películas. El chico de los celulares me señaló con alivio, yo era el que arreglaría todo. Estaban otros muchachos, el técnico y el que le vendió las fundas a mi hermano, y una señora que debía ser la dueña y que estaba furiosa.

-Primero que nada, me disculpo, yo soy el responsable de todo esto. El celular en cuestión es mío, lo compré yo hace siete años, y es normal que al abrirlo para arreglarlo la pantalla haya fallado también. Yo lo mandé a arreglar y la factura tiene mi nombre y mi cédula. Estas personas están haciendo un excelente trabajo arreglándolo y no tengo ninguna queja de ellos. Mi amiga sufre de trastorno límite de la personalidad, normalmente es una bellísima persona, pero está atravesando un momento difícil y hoy no es ella misma. Les pido disculpas a todos por esta situación completamente innecesaria.

De verdad dije todo eso. 

Alejandra se puso más furiosa y me reclamó que la estaba humillando, el policía bueno la exortó a que se calmara. El policía malo nos miró a todos con odio. Pasó más de un minuto en el que nadie dijo nada. El chico de los celulares me dijo que en menos de 5 minutos lo tendrían listo. Los policías hicieron gesto de retirarse, el policía bueno me estrechó la mano y me dijo un "que dios te bendiga" que me llegó al alma. El policía malo me miró con desprecio y dentro de mi cabeza deseé que le diera cáncer. Ahora todos ignoraban a Alejandra, era como esos tabúes del medioevo, de que no hay que meterse con los locos. Ella se aproximó a mí y me dijo que ya que era mi celular y no el suyo, que si al menos podía sacar la simcard con sus contactos. "No seas ridícula", pensé, pero solo le dije que no se preocupara, que claro que el celular era de ella. "Pero dijiste que tú lo compraste y no sé que más, entiendo que te retractaste de regalármelo". Le dije que no me retracté de nada, pero que si se lo tomaba así que entonces se lo volvía a regalar. Efectivamente lo entregaron, en perfecto estado, a los cinco minutos. Alejandra les pagó con el billete que yo le había dado y el chico me dio los vueltos a mí. Alejandra se largó corriendo sin despedirse. Yo me quedé un momento disculpándome con todos los de la tienda, pero eran ellos los que estaban avergonzados por haberse demorado. Me fui caminando hacia mi casa. Me sentía triste, avergonzado. Sentía vergüenza de mí mismo por no poder hacer más por Alejandra, que era para mí un ser completamente inalcanzable. Sentí vergüenza de vivir en un país donde el estado no le garantiza tratamiento a las personas con problemas de salud mental, y de vivir en una época en que los celulares causan serias adicciones. Cuando llegué a la esquina de mi casa me sentí agotado, prácticamente tenía ganas de estar muerto. Conté hasta tres, entré al Oxxo y compré cocacola y chocolates. Subi al apartamento y trabaje en la propuesta de la convocatoria, al tiempo que me tomé toda la cocacola y me comí los chocolates. Terminé dos horas antes de que se venciera el plazo y la envié, luego dormí unas 12 horas. Soñé que estaba en Francia, caminando por un suburbio donde varios vecinos habían sacado parrillas a la calle y cocinaban salchichas merguez. Unos muchachos se me acercaron hablando en árabe y les respondí en Francés. Les dije que tenía que llegar a paris, me indicaron con la mano la dirección correcta, y dijeron que no era lejos. Yo miré el horizonte y el camino se me hizo infinito, pero seguí.



El perro y el rock

 Le comentaba a mi amigo Joni que solo compro libros de autores que conozco, por apoyarlos. El me respondió con acritud que no debería comprarles nada, para que sufrieran más y eso los inspirara para escribir más y mejores libros. El sábado no compré un libro pero fui a un concierto de rock, con entrada libre. Alcancé a tomarme una cerveza con los miembros de la banda antes de que tocaran (la cerveza me la invitaron ellos). Tenían un amigo que me presentaron pero no recuerdo su nombre, lo llamaré Rubén, que tenía un perro inmenso, negro y marrón que medía como un metro de alto y tenía solo un año de edad. Le caí bien al perro, me puso su pata sobre la pierna como si fuéramos conocidos de toda la vida. Le expliqué riendo a Rubén que no, que no me molestaba. Que de niño odiaba a los animales, pero de adulto, durante la cuarentena de 2020, viví en el campo tres meses, rodeado de perros, gatos, gallinas, caballos, vacas y tilapias, y había descubierto que los animales eran seres emocionales como nosotros. Rubén me explico que el perro se lo había regalado su mamá y que él al comienzo lo habia rechazado, pero que ahora lo acompañaba a todos lados, incluso a los conciertos de rock. Le comenté que vivimos en una época pet friendly, donde uno ahora puede ir con su mascota a casi cualquier espacio público. Me dijo que había excepciones, que a él no lo habían dejado entrar con el perro, que se llamaba Tyson, ni a la plaza de mercado ni a un puteadero. "Y no estoy hablando de un puteadero fino, si no uno de esos del barrio Santafé". Aunque disimulé, creo que debí levantar las cejas en señal de escándalo, porque Rubén agregó "Ya no sé ni porqué estoy contando estas cosas". En algún momento Tyson ocasionó un accidente que implicó cerveza derramada en el suelo. Yo fui precisamente a la barra a comprar una pinta y cuando volvi mis amigos rockeros se estaban montando ya en la tarima, Tyson y su curioso dueño habían desaparecido. El concierto estuvo muy bueno, había muchos chicos muy jóvenes, que podrían ser mis hijos, y chicas que también podían ser mis hijas, que pogueaban y golpeaban más duro que los hombres. Regresé caminando a casa, pensando que ver bandas en vivo siempre me subía la moral, sobre todo si son grupos de los que conozco las canciones, De pronto recordé que había tenido una semana horrible, horrible de ponerme a llorar, o de escribir libros terribles como le gustaría a mi amigo Joni. Una semana de esas para el olvido, tal vez la más triste que he pasado en más de una década, pero un concierto de rock de una banda que me gusta y un perro amistoso me habían salvado la noche.

5.11.2023

Si la guerra siguiese

 Yo iba en la bicicleta hacia el norte, a la altura de la 116. De pronto vi cuerpos en el piso, pensé que era un accidente. Eran soldados muertos, había sangre en el piso. Yo seguí pedaleando dsin saber lo que había pasado, seguía pensando en un accidente, pero a medida que avanzaba había más soldados muertos, imaginé que había habido un tiroteo, una especie de pequeña batalla en la séptima. Me asustó pensar que podía haber controles policiales y me podrían detener.

Entonces desperté

5.05.2023

Arroz chino

 Tenía que ir a un lugar de la ciudad, y atravesar una calle llena de restaurantes de comida china. Pero eran muchos, no creo que en el chinatown de san francisco haya tantos restaurantes,m todos con entradas discretas de pasillos estrechos y adentro un comedor inmenso lleno de mesas y comensales, los carteles en la calle luminosos, con tipografías cantonesas en diversos tonos de azul y verde sombre fondo blanco. Pero muchos restaurantes, recuerdo haber pensado que debíamos venir con mi hermano. Recuerdo una sensación amarga, que mis padres estaban pasando penurías, algo asi.

4.29.2023

Juana

Yo quedaba de encontrarme con Luis Antonio en una cigarrería en el norte como por el Batán o un sitio así. Yo llegaba y el lugar se parecía mucho al Punto 83 del año 2001. Mi hermano decía que teníamos que encontrarnos con una muchacha que nos iba a dar unos discos, vinilos creo. Él me decía "es una muchacha que creo que fue una novia tuya o algo así" y yo no tenía idea a quién se refería, y llegaba Juana.
Juana creo que estaba oyendo algo del grupo folklórico experimental neoyorquino y hablaba de no sé qué cosa, pero era como un trabajo o algo así.  El café cigarrería o lo que sea, estaba pegado a un local donde había más cosas y yo tenía que recorrer el sitio.

Era todo de noche, era como prolongación de esas ciudades nocturnas que aparecen en mis sueños siempre, y bueno, al despertar me acordé hace mucho tiempo cuando vivíamos en el park way, que una vez Juana me pidió que le explicara algo de páginas web porque al día siguiente tenía una entrevista de trabajo y fue a la casa y estuvimos charlando un rato, y estaba mi hermano que debía tener unos 11 años, y él se debió imaginar que ella era mi novia o algo así.

4.23.2023

Novaresio

Soñé con Luis Novaresio dándole la despedida a un intelectual que había muerto. Novarecio se expresaba de forma muy informal, más informal que como sale en televisión, y al final de todo decía, "recordemos además que hizo una película, un documental, brindemos con una champaña por él".

10.30.2021

Los paramilitares devoran a sus hijos en el Ulster



El reciente informe de Families Against Intimidation and Terror (FAIT) titulado Nueva andadura ha levantado ampollas en Irlanda del Norte. En él se denuncia que las organizaciones paramilitares con representación política en la Asamblea de Irlanda del Norte no sólo no han respetado el alto el fuego, sino que, desde el acuerdo de Pascua, vienen utilizando de forma sistemática la violencia terrorista contra su propia comunidad de base, en un intento por mantener el control político y social en las áreas donde impera su ley. Una política jalonada de asesinatos, disparos de castigo, mutilaciones, palizas, intimidaciones y que está provocando el exilio forzoso de centenares de ciudadanos de Irlanda del Norte. Una nueva modalidad de limpieza étnica y terror totalitario que los Gobiernos irlandés y británico parecen querer ignorar. El portavoz de FAIT, Vicent McKenna, antiguo militante del IRA, conoce muy bien a uno de estos grupos paramilitares. Son sus propias palabras: "Abandoné el IRA porque no soportaba lo que estaban haciendo con la comunidad nacionalista". En un comunicado de prensa de FAIT, el 30 de noviembre, en el tristemente famoso hotel Europa de Belfast, Vicent no dudó en calificar de "fascistas" a sus antiguos compañeros de organización, al tiempo que hacía un desesperado llamamiento a los vecinos del norte de Belfast, ante la inminencia del inicio de una nueva campaña de intimidación y terror por parte del IRA en dicha zona urbana, con el objeto de dejar claro, como anunció Patrick Pearse en 1915, "quiénes serán los señores de la nueva Irlanda cuando ésta sea libre".El sábado 29 de noviembre, un comando del IRA disparó sobre los tobillos de un joven de 23 años. El atentado tuvo lugar en una zona cercana al bar Phoenix, en Antrim Road. Se trata, según Vicent, del mismo comando que el 18 de julio de 1998 acabó con la vida de Andrew Kearney en el norte de Belfast. Unos ocho activistas del IRA acribillaron aquel día a balazos a Andrew, delante de su madre y su bebé de dos semanas. Su crimen no fue otro que pelearse en un pub con un activista del IRA; el precio, su muerte. Los "señores de la nueva Irlanda" no tienen remilgos en aplicar los mismos criterios de justicia con niños. Pocos días más tarde, el IRA dejó cojo a un chico de 17 años en el oeste de Belfast por el espantoso delito de insultar a un capo del IRA Provisional que le había quitado el balón. La pena impuesta fue una brutal paliza y sendos tiros en las rodillas. El 22 de octubre, el IRA volvió a la práctica de lo que mejor sabe hacer, cuando disparó dos veces a un joven de Twinbrook en Belfast oeste, a poca distancia del lugar donde Mr. Kearney había sido asesinado en julio.

Los ancianos también pueden llegar a ser objetivos legítimos para el IRA, dentro de su delirio orweliano. En abril de 1998, el IRA disparó cuatro veces contra las piernas de John Brown, un anciano de 79 años de la zona de New Lodge. Es muy probable que Brown no pueda volver a andar. El IRA argumentó que confundió la identidad de la víctima. La arrogancia y bajeza moral de los chicos del IRA cuentan con el beneplácito del Gobierno británico, que en ninguno de los casos mencionados -la lista es bastante larga- ha tomado iniciativa política alguna en contra del Sinn Fein. Para Vincent McKenna resulta claro, a estas alturas, que "el Gobierno de Blair ha decidido dejar en manos de los fascistas del IRA a amplios sectores de la comunidad católica". El Royal Ulster Constabulary (RUC) reconoce que es incapaz de hacer frente al aluvión de casos de amenazas, intimidaciones, palizas y atentados sectarios que se han visto incrementados en más de un 200% desde inicios de este año. Tampoco es que la Unionist Defence Association (UDA) y la Ulster Volunteer Force (UVF), con representación política en la Asamblea, hagan menos méritos que sus homólogos nacionalistas del bando republicano para mantener sus respectivos feudos dentro del pensamiento único.

En Shankill Road, las UVF, del bando lealista, han amenazado de muerte a todos los traficantes de droga (all the drug dealers will be shoot); los comandos de mutilación lealistas vienen dedicándose con particular saña y total impunidad a esta labor desde los acuerdos de Stormont. Existen casos especialmente espeluznantes dentro de los más de 500 incidentes de violencia terrorista registrados desde inicios de 1998. En mayo de este año, Andrew Peden sufrió la amputación de ambas piernas tras ser atacado por un comando de las UVF en el norte de Belfast. En julio, esta vez en Derry, la UDA atentó contra la vida de los hermanos Creane. Uno de los hermanos perdía la pierna en el hospital, mientras un portavoz para Irlanda del Norte afirmaba con rotundidad que el incidente "no iba a afectar en nada a las medidas de liberación acelerada de los presos de la UDA". El sábado 31 de octubre, Brian Service, católico de 35 años, era asesinado en el norte de Belfast por el desconocido grupo lealista The Red Hand Defenders, nombre de conveniencia acuñado por paramilitares protestantes opuestos al proceso de paz, quienes jamás podrían haber actuado en dicha zona sin el explícito beneplácito de las UVF. Pocos días más tarde, el 2 de noviembre, un joven protestante era tiroteado y herido en Shankill Road. Al margen del vil asesinato de los pequeños Quinn, perpetrado por hooligans lealistas en Ballymony, y la salvajada de Omagh, la absoluta mayoría de los atentados han sido perpetrados por paramilitares de ambos bandos con representación política en la Asamblea de Irlanda del Norte, que cuentan con el ominoso silencio de Dublín y Londres para llevar a cabo estas atrocidades. FAIT estima, además, que cerca de 100 familias, un total de 100 hombres, 79 mujeres y 113 niños, se han visto obligados a abandonar Irlanda del Norte tras ser acusados de crímenes políticos o sociales por parte del Sinn Fein-IRA y por los grupos paramilitares lealistas. Este silenciado proceso de limpieza étnica cubre solamente los 10 primeros meses de 1998. A primeros de diciembre conocí en persona a Vincent McKenna en Belfast, un chico con enorme coraje que conoce a su gente y que tiene la extraña convicción de que las comunidades nacionalista y unionista pueden llegar a entenderse, si extirpan el cáncer que corroe las entrañas de la sociedad norirlandesa desde hace 30 años. Ese cáncer, todavía inextirpado, son los paramilitares y sus propagandistas políticos. Quizá por ello, los freedom fighters (luchadores por la libertad) de Gerry Adams y Pat Rice han amenazado de muerte a Vincent McKenna.

Fue ésta mi pregunta: "Habitualmente, el Sinn Fein-IRA justifica este tipo de acciones, incluida tu amenaza de muerte, con su particular sentido de la justicia republicana, contra la parcialidad y percepción unionista del Royal Ulster Constabulary (RUC). ¿No es así?".

Respuesta. Ésa es una vieja cantinela del IRA. Mira, no dudes de que el Gobierno británico y el RUC han cometido serias violaciones de los derechos humanos en Irlanda del Norte, pero, viniendo del Sinn Fein-IRA, esta afirmación es de un cinismo impresentable. He estado en el IRA y sé cómo funciona. Pongamos el caso de que, en un disturbio, nuestra unidad recibía órdenes de disparar contra el RUC, con nuestros fusiles cortos AK-47, y lanzar bombas incendiarias; nosotros sabíamos que el RUC nos respondería con balas de plástico (como mínimo), y exponíamos nuestra vida y la de muchos inocentes en peligro, era parte de la guerra y lo asumíamos como tal. Por otra parte, el IRA ha amenazado de muerte a cualquier católico que pretenda ingresar en el RUC, te hablo de gente que sufre un paro estructural desde hace varias generaciones. Míralo de este modo, tú vives en la República de Irlanda y sabes que la Garda Síochána (policía de la República de Irlanda) es un cuerpo policial integrado en un 99% por católicos irlandeses, incluso uno podría argumentar que ciertamente posee una perspectiva nacionalista. El IRA no ha dudado en asesinar a 14 miembros de la Garda y a 300 miembros del RUC, todos ellos irlandeses. El IRA sólo está interesado en un modelo de policía, la suya. Pregunta. ¿Es cierto que tras el primer alto el fuego del IRA, en agosto de 1994, las denuncias contra actividades paramilitares aumentaron en un 400%? Te hablo de zonas como Belfast oeste, áreas de tradicional apoyo republicano.

R. Esto está rigurosamente documentado. Para nosotros no es nada nuevo el hecho de que mantienen aterrorizada a gran parte de la población bajo su control.

P. ¿Sabías que el Sinn Fein, con el apoyo de nacionalistas vascos, apadrina el proceso de paz abierto en mi país?

R. ¿En serio? Me parece que en tu país no deben saber muy bien con qué tipo de gente están tratando.




Iñaki Vázquez Larrea es un doctorando de la Universidad del País Vasco que realiza una investigación sobre Irlanda en la Universidad de Galway.

9.23.2021

Muerte del doctor de la isla


Esta historia sucedió en la misma universidad que ya mencioné en la introducción del volumen Gene Wolfe’s Book of Days.

En dicha universidad hubo una vez un profesor jubilado, un tal doctor Insula, al que le perdía todo lo relacionado con las islas, sin duda debido a su nombre. Este doctor Insula llevaba tanto tiempo jubilado que ya nadie recordaba al frente de qué departamento había estado. El Departamento de Literatura decía que había sido del de Historia; y el Departamento de Historia, que del de Literatura. El propio doctor Insula aseguraba que en su época ambos habían sido un único departamento, pero los demás profesores sabían que eso no podía ser cierto.

Una fría y despejada mañana de otoño, este doctor Insula se presentó en el despacho del rector (ante la inmensa sorpresa de este) y anunció que deseaba impartir un seminario. Estaba cansado, explicó, de rusticar lejos de las clases; un pequeño seminario que se reuniera una vez por semana no le supondría problema alguno, y consideraba que a cambio de la pensión que llevaba tantos años percibiendo debía hacer algo para aliviar a los más jóvenes de una pequeña parte de su carga.

El rector se encontró en un dilema, como os imaginaréis. Con objeto de ganar algo de tiempo, dijo:

—¡Estupendo! Sí, ¡estupendo de veras, doctor! Noble, si me permite recurrir a esa palabra un tanto anticuada, pero totalmente acorde con ese noble espíritu de sacrificio que, ¡ah!, nobleza obliga, siempre hemos querido fomentar entre nuestro cuerpo docente. ¿Me permite preguntarle tan solo cuál será la materia sobre la que versará su seminario?

—Islas —anunció con firmeza el doctor Insula.

—Sí, claro. Por supuesto. ¿Islas?

—Podría ser que también decida incluir islotes, atolones, cayos, columbretes, archipiélagos y algunos de los arrecifes de mayor tamaño —le confió el doctor Insula, como en una conversación entre amigos—. Depende de cómo se desarrollen las cosas. Pero las penínsulas están totalmente descartadas.

—Ya… —dijo el rector mientras pensaba: «Como le diga que no al pobre vejestorio lo voy a hacer polvo; pero si acepto y lo incluyo como seminario de 0 créditos, no se apuntará nadie y aquí no habrá pasado nada».

Así se hizo y, durante seis años, todos los catálogos de cursos incluyeron el seminario sobre islas del doctor Insula, sin créditos, y nadie se inscribió en él en esos seis años.

Resultó que la secretaria encargada de las inscripciones era una mujer a la que ya se le iba acercando el momento de jubilarse y, cada vez que se había cerrado el plazo de inscripción, de doce cuatrimestres regulares y seis de verano, el doctor Insula había acudido a preguntar si alguien se había apuntado a su seminario. Y llegó un momento, todavía no en otoño sino durante esos deprimentes últimos coletazos del verano en los que en la calle se está a más de treinta grados, en las tiendas ya tienen tarjetas de Halloween y los primeros adornos navideños aparecen sutilmente amenazadores en los escaparates, en que ya no pudo más.

La secretaria estaba inclinada sobre su mesa preparando el nuevo catálogo de cursos (que sería el último que iba a hacer en su vida) y, aunque el aire acondicionado se suponía que estaba programado a veinticinco grados, en la oficina estaban a casi treinta como poco. Un mechón del cabello canoso le resbalaba una y otra vez sobre los ojos, y el murmullo del ventilador eléctrico que ella misma se había comprado, con su propio dinero, le hacía acordarse continuamente de cuando, de niña, dormía en un porche cerrado en Atlanta cuando iba con sus padres a visitar a la familia.

Y en ese momento crítico, el centésimo, tal vez, de una larga sucesión de momentos críticos, llegó a la sección situada bajo el epígrafe «Miscelánea», el remate de lo que era el catálogo propiamente, justo antes de los fraudulentos resúmenes biográficos de los docentes. Y allí estaba el seminario de 0 créditos del doctor Insula sobre islas.

Una especie de locura se apoderó de ella. «Si siempre se cometen errores, caray —pensó para sí misma—. Si mismamente el año pasado la impresora cambió aquel laboratorio del doctor Ettelmann a los lunes, grancoles y viernes. Y además, “0 créditos” seguro que tiene que tratarse de un error. ¿Quién va a apuntarse a un seminario de 0 créditos sobre islas? Y en cualquier caso, si quieren que trabajemos con eficiencia que pongan el aire acondicionado, caray».

Casi antes de que se diera cuenta, su lápiz ya había pintado una fina y corta línea vertical en la columna «Número de créditos», y al momento sintió que ya tenía mucho menos calor.

Así que, cuando justo ese año el doctor Insula fue a preguntar, la secretaria pudo informarle, con cierta satisfacción, de que, de hecho, dos estudiantes, un joven y una joven, le dijo, a juzgar por sus nombres, le dijo, se habían apuntado a su seminario.

Y cuando el joven y, más tarde, la joven fueron a la oficina de inscripciones para informarse de dónde se iba a celebrar el seminario sobre islas de los viernes por la tarde, una de las auxiliares de la secretaria (que lógicamente no lo sabía) los llevó a su presencia, y ella sí pudo explicarles (en dos ocasiones y casi con idéntica satisfacción en ambas) dónde iba a ser. Porque la antigua y grata costumbre de celebrar los seminarios en el salón del domicilio del profesor había caído tan en desuso en la universidad que el propio doctor Insula y la veterana secretaria eran casi las únicas personas que se acordaban de ella.

Así fue que, una tarde de septiembre cuando las hojas justo acababan de empezar a tornar del verde al marrón y al rojo dorado, el joven y la joven recorrieron el pedregoso camino del un tanto descuidado jardín del doctor Insula, subieron los agrietados escalones de piedra del doctor Insula y atravesaron entre crujidos el porche sombrío del doctor Insula, para llamar a la puerta de roble con manchas de humedad del doctor Insula.

Él abrió y los hizo pasar a una sala de estar que casi habría podido calificarse de salón de tertulias, de tan colmada como estaba de olor a polvo, recuerdos de tiempos ya pasados, rígido mobiliario y libros viejos. Allí los hizo sentar en dos de las rígidas sillas y trajo café (que dijo que era de Java) para el joven y para sí mismo, y té para la joven. «Antes lo llamábamos té de Ceilán —señaló—. Supongo que ahora es té de Sri Lanka. Los griegos la llamaban Taprobane y los árabes Serendib».

El joven y la joven asintieron educadamente con la cabeza, sin estar del todo seguros de a qué se refería.

También había unas pastas escocesas, y él les recordó que Escocia no era más que el extremo norte de la isla de Gran Bretaña, y que la propia Escocia a su vez comprendía tres famosos grupos de islas: las Shetland, las Orcadas y las Hébridas. Y les recitó a Thomson, el poeta escocés:
Donde el océano septentrional, en espumantes remolinos,
Hierve alrededor de las desnudas y melancólicas islas
De la remota Thule, y las procelosas aguas atlánticas
Se destrozan contra las Hébridas furiosas[1]

Luego le preguntó al joven si sabía dónde estaba Thule.

—En las historietas, el príncipe Valiente es de allí, creo —respondió él—, pero no es un lugar de verdad.

—Es Islandia —dijo el doctor Insula moviendo negativamente la cabeza. Luego se volvió hacia la joven—. Tengo entendido que el príncipe Valiente se suele considerar coetáneo del rey Arturo. Recordará que el rey Arturo fue enterrado en la isla de Avalón. ¿Sería tan amable de decirme dónde está situada esta isla?

—Se trata de una isla mítica al oeste de Irlanda —contestó la joven, puesto que era eso lo que le habían enseñado en clase.

—No, está en Somerset. Fue allí donde se encontró su ataúd, en 1191, con la inscripción: «Hic jacet Arthurus, Rex quondam, Rexque futurus». Avalón también fue la última morada conocida del Santo Grial.

—No creo que esa historia sea real, doctor Insula —terció el joven.

—Porque no es historia aceptada oficialmente, supongo. Dígame, Historia verdadera, ¿sabe quién la escribió?

—Nadie escribe la historia verdadera —replicó el joven, puesto que era eso lo que le habían enseñado en clase—. Toda la historia es subjetiva, al reflejar las percepciones y los prejuicios inconscientes del historiador. —Tras su desafortunada respuesta sobre el príncipe Valiente, se sintió bastante orgulloso de esta.

—¡Caray!, entonces mi historia es tan buena como la historia oficial. Y puesto que realmente existió un rey Arturo (aparece mencionado en las crónicas de la época) seguro que es más probable que esté enterrado en Somerset a que lo esté en algún lugar inexistente… Por cierto, Luciano de Samósata fue quien escribió Historia verdadera.

El doctor Insula les narró los viajes de Luciano por Antioquía, Grecia, Italia y la Galia, y esto le llevó a perorar sobre las naves de aquella época, los peligros de las tormentas y la piratería, y sobre el encanto de las islas griegas. Les habló de que Apolo había nacido en Delos; de Patmos, donde San Juan vislumbró el Apocalipsis; de Phraxos, donde vivió el mago Conchis. Les dijo, «“Pero hender las aguas de este mar, en el tierno otoño, murmurando el nombre de cada isla, supera a toda otra alegría y abre en el corazón del hombre un paraíso.”»[2].

Pero como no rimaba, el joven y la joven no se percataron de que estaba citando una famosa historia.

Y por fin les preguntó:

—Pero ¿a qué se debe que la gente de todas las épocas y de todos los lugares haya considerado las islas como algo único, poseedoras de una magia única? ¿Me lo puede explicar alguno de los dos?

Ambos negaron con la cabeza.

—Veamos entonces, creo que uno de ustedes tiene un pequeño bote.

—Yo —dijo el joven—. Es una canoa de aluminio, probablemente la haya visto encima de mi Toyota.

—Bien. Supongo que no tendrá inconveniente en llevar a su compañera como pasajera… Voy a encargarles una tarea, a los dos. Deben ir a una isla concreta que les diré, y cuando nos volvamos a ver tendrán que describirme qué es lo que le han encontrado de mágico a ese lugar. —Y les dijo cómo ir por determinadas carreteras hasta llegar hasta otras determinadas carreteras hasta llegar a una que estaba sin asfaltar y que terminaba en un río, y cómo desde ese punto avistarían la isla—. Cuando nos volvamos a ver, les revelaré la verdadera ubicación de la Atlántida, de Hy Brasil y de Utopía. —Tras de lo cual citó los siguientes versos:
Nadie alcanzó jamás nuestras costas legendarias,
Ningún marinero descubrió nunca nuestras playas;
Ahora apenas se ve nuestro espejismo,
Ni las olas verdes que flotan cercanas,
Pero los mapas más antiguos contienen
El perfil trazado de nuestro continente;[3]

—Vale —dijo el joven; acto seguido se levantó y se marchó.

El doctor Insula también se puso de pie, para acompañar a la joven a la puerta, pero tenía tan mala cara que ella le preguntó si se encontraba bien.

—Me encuentro todo lo bien que se puede encontrar un anciano —respondió él—. ¿Se siente con fuerzas para una última cita, mi niña? —Y, cuando ella asintió con la cabeza, él susurró:
Los hondos lamentos son ya de muchas voces. Venid, amigos míos.
No es demasiado tarde para buscar un mundo nuevo.
Zarpemos, y sentados en perfecto orden hiramos
los resonantes surcos, pues me propongo
navegar más allá del poniente y el lugar en que se bañan
todos los astros del occidente, hasta que muera.
Es posible que las corrientes nos hundan y nos destruyan;
es posible que demos con las Islas Venturosas,
y veamos al gran Aquiles, a quien conocimos.[4]

El joven y la joven pararon en una tienda y compraron unos sándwiches que pagó la joven, aduciendo que, como conducía él, su dignidad (la joven tuvo buen cuidado de evitar decir «honor») se lo exigía. También compraron un paquete de seis latas de cerveza, que pagó el joven, aduciendo que su propia dignidad se lo exigía (él también tuvo buen cuidado de evitar decir «honor»), dado que ella había pagado los sándwiches.

Luego siguieron las indicaciones que les había proporcionado el doctor Insula y así llegaron a la arenosa orilla de un río, donde bajaron la canoa de aluminio del Toyota y zarparon camino de la pequeña isla cubierta de pinos a unos cien metros corriente abajo.

Una vez allí, exploraron el lugar a fondo, tiraron piedras al agua y se sentaron a escuchar cómo el viento narraba viejas historias por entre las ramas de los pinos de mayor tamaño.

Y tras enfriar las cervezas en el río del marrón de las hojas de los árboles, y comerse los sándwiches que habían comprado, remaron de vuelta hasta el lugar donde habían aparcado el Toyota, mientras decidían cómo contarle al doctor Insula cuando lo vieran la semana siguiente que estaba equivocado con respecto a la isla, cómo podían decirle que ese lugar carecía de magia.

Sin embargo, cuando llegó la siguiente semana (tal y como siempre acostumbran a hacer las siguientes semanas) y, tras atravesar entre crujidos el sombrío porche se plantaron ante la puerta de roble con manchas de humedad y llamaron, una anciana cruzó la calle para decirles que era inútil que llamaran.

—Justo ayer hizo una semana de su fallecimiento —explicó la mujer—. ¡Qué pena! Esa misma mañana había salido a charlar conmigo. Estaba contentísimo porque al día siguiente se iba a reunir con unos alumnos suyos. Luego debió de entrar en el garaje; fue allí donde lo encontraron.

—Sentado en su bote —señaló la joven.

—¡Caray!, sí —respondió la anciana asintiendo con la cabeza—. Supongo que lo habrá oído comentar.

El joven y la joven se miraron, le dieron las gracias a la mujer y se marcharon. Posteriormente comentarían lo sucedido en alguna ocasión, y pensarían en ello con frecuencia, pero no fue hasta mucho después (cuando llegó el momento de disfrutar de esas vacaciones larguísimas que se prolongan desde la semana que precede a la Navidad hasta el comienzo del nuevo cuatrimestre en enero, y que les mantendrían separados durante casi un mes) cuando descubrieron que, después de todo, el doctor Insula no había estado equivocado con respecto a la isla.

NOTA FINAL

Me encanta este cuento. Bueno, reconozco que me gustan todos los cuentos de este volumen (aunque no todos los que he escrito), pero por este siento una predilección especial. Y no es porque cierre el ciclo que comencé con «La isla del doctor Muerte y otras historias», sino porque se niega en redondo a ser como los demás, con esa personalidad nostálgica tan suya, y sin perder la sonrisa mientras llora. Espero que a vosotros también os guste.

Copyright © 1983 Gene Wolfe

9.19.2021

Escalando

 Era un muro de roca, un risco de los de verdad. Empinado y peligroso, pero yo debía subirlo, no había otra opción. Cuando llegué más o menos a la mitad las rocas se inclinaban de tal forma que era suicida continuar. Una mujer se acercó, era rubia y tenía el pelo muy corto, era una especie de entrenadora, me hizo una señal de que mantuviera la calma, y empujó unos pedruscos que cayeron al vacío. Al hacerlo, el camino se despejó y pude subir con relativa facilidad. Arriba estaba Fito, el de Fito y los Fitipaldis, que me sonrió, el camino continuaba ahora por unos puentecitos de madera mucho más seguros y cómodos. 

Y continué.

9.12.2021

Mis parientes uribistas

 Mi abuelo materno, el abuelo Antonio, fue sindicalista y llegó a ser alcalde de un pueblito pequeño de la Guajira, de dónde era oriundo. En los años de la violencia las cosas se complicaron, él era liberal, y escondió a varios liberales en su casa. Los metían debajo de la cama, y mi abuela se acostaba encima y fingía estar enferma. Los conservadores entraban a la casa con los machetes, y mi abuelo los afrontaba diciendo, que si se atrevían a entrar al cuarto donde estaba mi abuela enferma, él era el que los iba a matar a ellos. Los conservadores se iban, y con ese método le salvaron la vida a varios. Pero un día la cosa no les rindió más. Los conservadores le quemaron la casa a mi abuelo y lo intentaron matar, y él se tuvo que ir por el río Magdalena a remo, en canoa, con su esposa y sus tres hijos chiquitos. En ese tiempo mi mamá aun no había nacido.

Llegaron a Barrancabermeja, donde se estaba iniciando la explosión de yacimientos petroleros por parte de empresas norteamericanas. Ahí nació mi madre. Ella me cuenta que el pueblo estaba dividido en dos, había una reja por la que ella se asomaba y veía a los gringos con sus esposas con gafas oscuras, escuchando Elvis Presley y Buddy Holly. Del lado de mi mamá escuchaban la Sonora Matancera. Estas historias a mi me llegaron desde que era niño, lo de la matanza entre liberales y conservadores, y la huida en canoa, me lo alcanzó a referir mi abuela con lujo de detalles, como algo muy importante que no se podía olvidar, como un legado de la familia que yo debía tener presente siempre. Años después  mi mamá me contó más detalles, aparentemente mi abuelo, cuando llegó a ser alcalde, había alcanzado a tener finca, ganado, algunos bienes, y lo perdió todo en los años de la violencia. No obstante, en Barranca Bermeja logró reponerse. Consiguió trabajo en la planta petrolera y levantó a su familia. Mi abuelo era del partido liberal, pero tenía ideas comunistas, soñaba con la revolución del proletariado y el marxismo. Mi mamá me cuenta que tenía un librito que era una suerte de catecismo comunista, que reducía a breves salmos los conceptos más importantes del manifiesto comunista de Marx y Engels, mi madre recordaba estos detalles con una mezcla de ternura y vergüenza ajena.

El resultado de todo eso es que mi tío mayor, Rubén, hoy nonagenario, estudió arquitectura pero no se dedicó a eso. Llegó a trabajar en la ONU, viajó por todo el mundo, tuvo cargos importantes y llegó a escribir unos cuantos libros. Mi tío Rubén idolatra a Fidel Castro y a la revolución cubana como un paradigma, de hecho, siempre le cayeron bien las FARC, lo escuché más de una vez hablando maravillas de Tirofijo. Ahora bien, lo de mi tío es comunismo caviar, vive en uno de los barrios más elegantes de la ciudad, y bebe whisky. Pero nada se le puede criticar, yo tengo además un recuerdo muy grato de él de cuando yo era niño, por sus viajes de la ONU más de una vez nos visitó en Caracas y me daba "dinero para helados", que yo gasté en mis primeros libros de Astérix con mucha alegría. Las siguientes hermanas, Elsa y Gladys, eran mujeres pueblerinas de los años cincuenta, que es como decir que no eran nada, no fueron a la universidad y se dedicaron solo a ser esposas. Dicho en claro son dos señoras muy brutas, siempre me cayeron mal, de hecho, de niño, me costaba aceptar que eran las hermanas de mi mamá, porque eran mucho mayores que ella (una vez se lo dije, "no parecen tus hermanas si no tus abuelitas"). El siguiente hijo de mi abuelo Antonio fue mi tío Oswaldo, que se metió al ELN, lo metieron a la cárcel y luego se exiló en Francia (lo sacó de la cárcel mi tío Rubén, el de la ONU). La siguiente hija fue mi mamá, que se casó con un hippie que se la llevó a Venezuela. Esa fue la herencia que nos quedó de tener un abuelo comunista. 

Mis tías en cambio se casaron con un par de estúpidos que eran godos, y ellas fueron godas también. De una de mis tías godas salió mi tío Giovanni, que es una de las personas más estúpidas que he conocido. El y su papá tenían inclinaciones hacia la música, pero como eso de ser artista está muy mal visto entre gente conservadora, ambos se dedicaron a profesiones estables y vieron frustradas sus inclinaciones artísticas. El tío Jaime, que murió hace unos dos años, terminó muy mal, caminaba con uno de esos aparatos horribles que son como un bastón de cuatro patas, y más que una carga se volvió un auténtico fardo para sus deudos. Mi mamá me decía siempre que le pesaba mucho no haberse dedicado a su verdadera vocación, lo curioso es que mi madre hizo todo lo que pudo, inútilmente, para que yo no me dedicara al arte, pero así son las contradicciones familiares. Pero me alejo del tema, el caso es que mi primo Giovanni es un ser lamentable que postea textos de ultra derecha en facebook con asiduidad, un día me molestó tanto leer sus tonterías que lo bloqueé de mis redes sociales. Pero yo tengo un hermano, Luis, que es lo peor, por eso lo quiero, mi hermano nunca se pelea con nadie y sabe mantener las convenciones sociales mucho mayor que yo, pero siempre me cuenta las estupideces que nuestros uribistas postean en sus redes. Mi hermano sabía que yo tenía bloqueado al primo Giovanni, así que se puso a hacer capturas de pantalla de los posteos fascistas y me los mandaba, sabiendo que yo me iba a molestar. Poco antes del paro nacional de este año, cuando se estaba disputando una reforma tributaria completamente inoportuna en tiempos de pandemia, mi primo posteó un mensaje diciendo que la solución perfecta era disolver el proceso de paz y la JEP y utilizar ese dinero para suplir el hueco fiscal. Yo no lo soporté, desbloqueé a Giovanni y le escribí que si mi abuelo Antonio estuviera vivo se moriría de asco viendo a su nieto uribista. 

Mi tía Elsa, la mamá de Giovanni, se murió la semana pasada. Yo no le tenía especial cariño, de hecho no le tenía cariño en lo absoluto. No solamente porque no era una persona inteligente en ningún sentido, si no porque un día tuvo un detalle muy desagradable. Yo me gané un premio del ministerio de cultura para un proyecto de dibujos animados, ella se imaginó que me gané millones de dolares y me llamó por teléfono para exigirme que le diera trabajo a un sobrino, no lo pidió por favor, lo exigió y además a menazó "que no te tenga que volver a llamar". No solo me produjo un rechazo inmenso esa actitud atávica, tribal de una tía con la que nunca sostuve una conversación de más de cinco palabras, al margen de que yo no tenía una empresa ni estaba dándole trabajo a otras personas en lugar de mi primo. De nada sirvió que acto seguido me llamaran sus hijas a pedirme disculpas, desde ese día a mi tía le perdí cualquier afecto.Así que cuando se murió, pues no lloré por ella, pero además pensé, "si voy al funeral, mi primo Giovanni lo puede tomar como una provocación por la forma en que lo insulté". Porque claro está, tampoco es que tenga la menor intención de pedirle disculpas y reconciliarme con él. Para mi los uribistas no son personas. 

Además los funerales son en recintos cerrados y me pueden contagiar el covid.

8.11.2021

La ajustadora de correas



Anoche, en un puesto en la calle, en la 13, me atendió una mujer, era un poco más joven que yo, pero no muy joven. Vendía correas, billeteras, sombrillas y otros productos. Le expliqué que necesitaba una correa pero que debía ser más pequeña que la mía, que me quedaba grande. Me miró con estupor, como si no se explicara como a alguien le podía quedar grande un cinturón. Le conté que adelgacé 20 kilos montando bicicleta y se rió. "Venga, cómpreme una y se la ajusto para que le quede bien, y le arreglo ésa", me dijo. Tenía unas herramientas para cortar cuero y perforar, en cuestión de segundos desarmó mi correa, le cortó un pedazo y la volvió a armar, y luego procedió a ajustar la nueva. Ya era de noche, mientras la mujer armaba y desarmaba correas, por la calle pasaban indigentes salidos de la corte de los milagros, deformes, drogados, monstruosos, uno se quedó frente al puesto un buen rato y no se iba. La mujer lo miró y le hizo una seña, como a un perro, y el indigente se fue ."La semana pasada pasó uno y se llevó cinco correas", me contó. Cuando terminó su trabajo, yo quedé con dos correas nuevas completamente a medida con mi cintura actual. Le fui a pagar, eran 28mil y le di un billete de cincuenta, pero ella no tenía cambio. Me dejó cuidándole el puesto mientras buscaba donde cambiar el billete. Eso sí, me hizo parar no junto al puesto, si no recostado en la pared de una tienda cerrada diagonal al puesto de las correas, como si fuera una señal de que si yo estaba parado ahí, no tenían derecho a robarle. La lógica de la calle es más o menos así. Se tardó siglos en cambiar el billete, ya era tarde y la mayoría de los negocios estaban cerrados. Mientras tanto, frente al puesto fueron pasando toda clase de seres siniestros, los especímenes más horribles de la ciudad cruzaban frente a mí. Yo aferraba mi correa nueva en la mano como si fuera un arma, la correa vieja, ajustada, la llevaba puesta. Cuando la vendedora, y ajustadora de correas por fin apareció, me explicó que se había demorado porque tuvo que esquivar a "La paciente", que es la jíbara de la esquina de esa calle entre la 13 y la Caracas. Al parecer la Paciente, cada vez que veía a mi vendedora le daba una paliza, por yo no sé qué historia que tenían. "Cómo así, camine y la levantamos", le dije. Se rió de nuevo, para ella era evidente que yo no era un tipo de meterme en peleas callejeras, pero de algún modo agradecía mi "solidaridad". Eran 28mil, le dije que se quedara con 30, "ahora tengo dos correas", argumenté. Y me fui caminando. Eso sí, por la siguiente calle subí, para alejarme de la 13.Ocho millones de historias tiene la ciudad.

5.14.2021

Una nueva era

Pasé al lado del parque de los jipis y estaba un bobo cantando algo de Facundo Cabral (o uno de ésos), me dio un poco de rabia."Me gustaba más cuando el parque de los jipis era punk", pensé. De vuelta el tipo cantaba una de Silvio Rodriguez (no la reconocí, él la anunció), hice lo que pude por ignorarlo. Seguí mi camino y me crucé con una madre muy joven, unos veinte años, que iba de la mano con su hija, muy chiquita, unos 5. La niña iba cantando "el pueblo unido, jamás será vencido". No les dije nada y seguí hacia mi casa, pero pensé que esa niñita no me había alegrado el día, me había alegrado el año. Le dedico esta canción.

5.06.2021

la gente que habla sola

Ayer venía caminando por la 47 con sexta, en la esquina que da a los predios del Hospital Militar, sobre la séptima venían marchando de forma ruidosa varios miles de jóvenes. un tipo en una moto maniobraba de forma extraña, me hizo recordar a los jinetes de las películas por su modo de subir y bajar, detenerse y avanzar en un área chiquita. El tipo vociferaba, lo miré con atención, no era joven, y no le hablaba a nadie específicamente, se quejaba del hospital, decía que era fácil que a uno lo atendieran si era coronel o general. Se quejaba a voz en cuello y pensé que, acaso, viendo la manifestación, el hombre de la moto había sabido que tenía derecho a indignarse, a estar molesto, que nadie le podía quitar el derecho a quejarse. Seguí caminando pensando en que Colombia llegó más de 50 años tarde a mayo del 68, pero al parecer, llegó.

5.04.2021

El padre Antonio y su monaguillo Andrés

Antier, minutos después de que se cayera la reforma tributaria gracias al paro en las calles, fui a la tienda a comprar chile con carne. En el mostrador estaba una señora venezolana de unos 60 años hablando de la situación mundial y diciendo que el presidente Duque era un estúpido, no como el presidente del Salvador que sí estaba haciendo cosas por su país. La dependienta de la tienda, una muchacha muy joven, me guiñó el ojo como para que le tuviera paciencia a la señora de 60 años, porque a pesar de que todos andamos con tapabocas, creo que la indignación se me notaba en los ojos y las cejas. La señora, lamentablemente, no se callaba, y yo estallé. "EL PRESIDENTE DE SALVADOR ESTÁ CONVIRTIENDOSE EN UN DICTADOR, EXACTAMENTE COMO HUGO CHAVEZ". La señora metió todo lo que había comprado en una bolsa y se fue sin despedirse. La dependienta me preguntó como era a situación en El Salvador y se lo expliqué lo mejor que pude, la guerra civil, la mara Salvatrucha y ahora ese repugnante presidente que quiere cerrar el congreso y se pone la gorrita al revés. Finalmente le pregunté si le gustaba la salsa, la dependienta me dijo que le fascinaba bailar. "Búscate esta canción en youtube, la puedes bailar si quieres, pero oye la letra, cuenta uno de los pedazos más tristes de la historia del Salvador".

4.19.2021

Just

Fui a casa de mi hermano y de pronto escuchamos gritos en la calle. Nos asomamos, una mujer se había bajado de un taxi y se había acostado en el piso a llorar, obstaculizando el tráfico. Los policías se acercaron pero no se atrevieron a tocarla, la mujer continuó llorando sin levantarse. Cuando salí seguía ahí, había policías, gente que pasaba, todos la miraban, un sujeto intentaba hacerla entrar en razón, pero la mujer no se movía, era como ver la versión de la vida real de ese viejo music video de Radiohead.

1.15.2021

El aprendiz de bruja

Una vez, mi madre me dijo que en otra vida ella había sido una bruja, y que yo había sido su asistente, al parecer a ambos nos quemaron en la hoguera. Desde que me lo dijo, la idea de ser ese personaje secundario, encargado de recorrer los bosques en busca de hierbas extrañas, sin conocer del todo sus usos, me resultó fascinante. A través de la meditación me induje yo mismo regresiones, tratando de encontrar a ese aprendiz de brujo de la Europa subdesarrollada. Me vi a mí mismo como una prostituta celta a la que todos trataban de la peor manera, y como un antiguo mercader sumerio que contrabandeaba con aceite sagrado, en contubernio con unos sacerdotes corruptos. Al parecer, también fui un decadente noble francés que se batió a duelo en numerosas ocasiones y que fue contagiado de horribles enfermedades venéreas por amantes mercenarias, y también me reconocí en una costurera del ghetto judío de Praga, anciana, fea y pobre. Vi, o entreví, otras, muchas vidas en diversos períodos y variados escenarios, no logré encontrarme con el asistente de la bruja y no supe si esa supuesta vida fue un invento de mi madre, y si las que vi yo me las inventé también. Pero investigarlo fue estimulante.

1.11.2021

Ley seca

Ayer fui a la tienda de la esquina a comprar fideos. Una persona estaba en el mostrador comprando dos sixpack de cerveza Aguila. Durante los 30 segundos que me llevó encontrar los fideos en los anaqueles me debatí entre denunciar a los tenderos ante las autoridades competentes por vender licor en plena ley seca o comprar uno o dos sixpacks de cerveza para mí. Al final no hice ninguna de las dos cosas, mi respeto por las autoridades competentes y las instituciones en general es igual o menos que cero, y comprar cerveza para bebérmela yo solo me resulta deprimente. Me fui a mi casa y me entretuve con Daz Studio, ya que los fines de semana tengo prohibido dibujar.


Los fideos quedaron deliciosos.

12.22.2020

Don Boris

Don Boris heredó un pequeño apartamento y algún dinero. El dinero lo prestó y no se lo devolvieron. El apartamento se tuvo que vender y Don Boris quedó en la calle, alquiló una pequeña habitación aquí en la cuadra, y poco a poco se fue volviendo loco. Hace años, cuando me vine a vivir a este barrio, de cuando en cuando me sorprendía escuchando "O sole mio" cantado a capella de manera impecable en la calle. Era Don Boris, que estudió bel canto en Italia en su juventud, y que a veces entretenía a los estudiantes con canciones o anécdotas que ellos agradecían invitándole ónces o dándole algunas monedas. Una vez lo vi cargando una caja que parecía muy pesada, me acerqué a ayudarlo al ver su gesto esforzado, no obstante, la caja estaba vacía. La víspera de las elecciones del segundo mandato de Santos, lo vi gritando en la calle, deteniendo practicamente a cada transeunte, instándolo a votar por Santos, más que nada porque era necesario que se firmara la paz. Don Boris gritaba a quien le quisiera escuchar "necesitamos la paz, hay que firmar la paz". El personaje más loco de la cuadra para unas cosas es el más lúcido, pensé.
Esta mañana bajé a comprar empanadas en la cigarrería. Me puse unos zapatos que, dice mi hermano, yo no lo he comprobado, son idóneos para fumar marihuana en Suesca. En la cigarrería estaba Don Boris, me dijo "El vecino parece que fuera un explorador...". Le respondí que estaba explorando la forma de arreglar lo del Covid y las vacunas, la señora de la cigarrería se rió. Don Boris me dijo que eso ya lo estaban arreglando, que en febrero llegaba la vacuna, al menos para él, que está en el grupo de riesgo, que ya poco a poco lo iremos superando. Volví a pensar en que Don Boris es más sensato que muchos de los que nos llamamos cuerdos.


Le invité una empanada y regresé a mi hogar.



12.14.2020

Adiós Viviana

Ayer me enteré, dos semanas tarde, que una vieja amiga falleció luego de luchar contra un cáncer, su muerte me ha dejado muy triste y me he acordado de la vez que ella me escribió en el brazo, con un micropunta, el título de esta canción.

7.13.2020

Miseria

Iba acompañando a una amiga a tomar el Transmilenio en la Caracas, cuando llegamos a la 13 con 49 nos encontramos un espectáculo grotesco, una niña, muy linda, unos 8 años de edad, con un micrófono, una base de sonido de esas de karaoke y unos parlantes, cantando. Un hombre que se parecía a ella y debía ser su padre sujetaba una caja donde la gente echaba monedas. Cruzamos la calle, mi amiga entró a la cigarrería, compró un paquete de galletas y se devolvió donde estaba la niña y le dio las galletas. No comenté nada pero supe que lo había hecho para no darle una limosna que iba a ser para el padre, no para ella. Comentamos que era una situación espantosa, porque igual si poníamos una denuncia por explotación y maltrato infantil, el destino que le esperaba a esa niña en un orfanato era igual de siniestro, maltrato, violación, abusos varios. Han pasado dos semanas y no logro sacarme de la cabeza la imagen de la niña cantando, aunque mi cerebro bloqueó del todo la canción. A veces quisiera que la vida fuera como en las películas, esas películas tontas de antes con colores vividos y donde todo el mundo es feliz.

 


6.17.2020

En los espejos de un café

Hoy fui al pueblo con mi papá. Me sentía triste porque aunque me alegro de volver a la ciudad, sé qué pasará un año o más antes de que nos volvamos a ver. Pero no quería que se me notara la tristeza, supongo que el barbijo me ayudó. Ya a punto de volver a la finca mi papá se detuvo en una ferretería a comprar insecticida. Yo me quedé en el carro, en la radio sonaba una canción muy mala, me puse a oírla con atención para distraerme de mi nostalgia. La canción era impresionante, la falta de gracia de las voces, las trompetas kitsch, pero especialmente la letra, me hicieron pensar que era la peor canción pop del mundo. Cuando mi papá volvió con el insecticida yo estaba muerto de la risa. A veces el mejor remedio para la depresión es escuchar canciones muy, muy, malas.



5.12.2020

EL VIERNES SANTO DE OLGA

Yo me llevaba bien con las empleadas de la casa, a la mayoría les enseñé a leer, mi papá me compró incluso un pequeño pizarrón para dar las lecciones. A lo que no me acostumbraba fácilmente era a la comida, podía pasar una semana entera sin probar bocado cuando llegaba una empleada nueva, acostumbrándome a la nueva sazón. Eso no me pasó con Olga, su comida me gustó desde el primer día, preparaba un arroz con ahuyama y ají dulce que me encantaba. Una vez le pregunté su nombre completo y lo escribió en la pared trasera de la nevera: OLGA BENITEZ P. Olga sí sabía leer, era bonita, morena de piel oscura y rasgos delicados, pelo negro oscuro y unas gafas con lentes de color verde. Decía que tenía una hija un poco mayor que yo, que por eso se llevaba bien conmigo, dormíamos en el mismo cuarto y éramos amigas.
El viernes santo tuvo su procesión, como todos los años, mi papá no era creyente y mi mamá decía que la religión, como el vallenato, eran para los pobres. Pero la calle estaba llena de gente, las personas de pronto se distrajeron del cristo llevando la cruz por unos gritos muy fuertes, “¡No Mañe, no!”.
Mañe estaba apuñalando a Olga.
Al parecer la pretendía desde hace tiempo, quería que fueran amantes y ella lo rechazaba. Olga era viuda, pero no quería compañía, Mañe además era casado. Se dio a la fuga, por el río, pero a los pocos días lo atraparon. Su esposa se jactaba de que no le harían nada, de que al fin y al cabo, solo había matado a una sirvienta que no le importaba a nadie.


Pero a mí sí me importaba Olga, me sabía toda su vida porque ella me la había contado, le mostré a la policía donde Olga había escrito su nombre completo, para que pudieran rastrear a sus parientes, que vinieron también en canoa al funeral y al entierro. Me acuerdo de su papá llorando, y en esa época los hombres no lo hacían nunca en público. La esposa de Mañe se equivocó por completo, tal vez no fuera importante el asesinato de una mujer pobre y sola, pero matarla frente a la procesión sí que era imperdonable. Le dieron 40 años.

3.28.2020

El viejo

Subimos a una colinita donde la señal de internet es un poco mejor que en la finca, nos demoramos un siglo para subir un archivo que en Bogotá habría subido en dos minutos. Entre hacer ensayos infructuosos con dropbox y wetransfer, regresar a la finca a reducir el archivo en Photoshop y volver de nuevo a la colina, perdí prácticamente un día entero y eso me tenía de mal humor. En el camino de vuelta nos cruzamos un viejo de unos 80 años, caminando bajo un sol abrazador, llevando un saco que pesaba unos 40 kilos. Doy fé del peso porque lo ayudé a subirlo a la camioneta, lo llevamos hasta su casa, vivía a unos 6 kilómetros de donde lo recogimos, y venía caminando desde el pueblo, a unos 8 o 10 kilómetros más. Y el resto del trayecto que le faltaba era en subida, subida empinada, de las que no puedes subir en bicicleta aunque estés en forma, como sí que estaba el viejo. Cuando se bajó del carro y nos sonrió, miré su boca desdentada y su expresión estoica, y pensé que mis problemas enviando un tiff en CMYK de 42 megas eran bastante estúpidos.

11.17.2018

Relación de la heroína Policarpa Salavarrieta, su prisión y su muerte
Testimonio de Andrea Ricaurte

Era el año de 1817. Un día recibí cartas de mi compadre Ambrosio Almeido y de José Ignacio rodríguez, el primero se hallaba enfermo en Tocaima, y el segundo en la Mesa. Su contenido era recomendándome a Policarpa Salavarrieta para que la tuviera en casa, que venía de Guaduas, donde la perseguían. Esta tenía dos hermanos frailes, Agustín José y José María, con quienes yo tenía amistad, y me recomendaban a su hermana lo mismo que a su hermanito pequeño Bibiano, que venía con ella.
Policarpa era joven y bien parecida, de color perlado, viva e inteligente. El joven Bibiano se le parecía, pero era tardón para hacer las cosas.
Con la llegada de Policarpa los trabajos políticos se aceleraron y como ella no era conocida en la ciudad, salía y andaba con libertad, y facilitaba la correspondencia con las juntas y con las guerrillas. Aparecieron como auxiliares Sabaraín y otros que estaban de soldados por insurgentes; los postas eran más frecuentes, pero las pesquisas y patíbulos se aumentaban.
Al fin supieron que los patriotas tenían juntas y que auxiliaban a las guerrillas. Cogieron a Juancho Molano y lo fusilaron, porque descubrieron que era uno de los auxiliadores, fusilaron también a Vega, porque le dio una peseta a un desertor para que se fuera.
Alarmados los patriotas resolvieron que variara de casa, a una distante y de humilde apariencia, y me trasladé a otra situada en la esquina da la calle de la carrera de Bolívar, dos cuadras abajo de Egipto. Corno eran tan activas las averiguaciones para saber quiénes eran los principales agentes de los patriotas, al fin descubrieron que era Policarpa, y entonces tomaron todo interés para descubrir su habitación. Sabedores de esto los patriotas que se reunían en mi` casa, dejaron de ir, y los únicos que volvieron eran los RR. PP. Salavarrietas a llevarles recursos a sus hermanos; mi comadre Carmen Rodríguez, una vez que otra y mi compadre José Ignacio Rodríguez, cuando llegaba de La Mesa, que siempre lo hacía de noche.
En el ejército de los españoles había un sargento en quien estos tenían toda su confianza; hombre sagaz, atrevido, sanguinario y constante perseguidor de los patriotas; este era Iglesias a quien habían comisionado para descubrir el escondite de Policarpa y prenderla, ofreciéndole hacerlo oficial redoblaron sus trabajos por todas partes; pasaron algunos días son lograr su objeto, y solo supieron que Policarpa tenía un hermano pequeño que la acompañaba, y a quien deseaban conocer.
Frente a la puerta del Colegio de San Bartolomé había una tienda especie de fonda a la cual concurrían. Iglesias y otros sargentos, sus camaradas. En uno de los días en que iban a fusilar estaba Iglesias en la tienda con sus compañeros hablando de las fusilaciones; y dirigiéndose a la ventera que los estaba oyendo, le dijo que deseaba conocer al hermano de Policarpa Salavarrieta; la ventera le contestó que por allí lo habla visto pasar, Iglesias le encargó que cuando lo viera se lo mostrara, y la mujer se lo ofreció. Pasaron unos pocos días—Bibiano subía de la plaza con algunos víveres— lo vió la ventera, llamó a Iglesias que estaba con otros y le avisó; éste salió haciendo señas a uno de sus compañeros y siguió a Bibiano a distancia, hasta verle entrar a casa.
Llegó la noche que estaba muy clara: serían las 11 o las 12: mi marido hacía poco que se había retirado a la casa materna con su muchacho Eusebio. Estábamos en la sala con Policarpa, Bibiano y yo que estaba criando, pensando en retirarnos a nuestras camas, cuando oímos un estrepitoso ruido por la cocina, como que habían tumbado la puerta: quedamos asustadas y en silencio esperando el resultado. Salen soldados al patio; se dirigen a la sala ; comprendimos lo que era; entra Iglesias dirigiéndonos insultos y amenazas; Policarpa le contesta con energía; yo permanecí sentada junto a ella callada; me toca con un pie uno de los míos; le comprendo, entro a la alcoba, levanto el colchón de la cama de Policarpa, recojo los papeles que había, salgo por la puerta del cuarto, que estaba al lado opuesto de la sala, al patio, por entre centinelas a quienes plata, entro a la cocina, el fogón estaba con mucho fuego, porque se estaba cocinando una olla de maíz, hago que atizo el fuego y arrojo los papeles, que se volvieron cenizas. Como todo lo hice con rapidez, no percibió Iglesias que yo hubiera salido a la cocina y menos cuando él no conocía la casa.
Regreso a la sala, Iglesias me trata de insurgente, le contesté: “no sé qué cosa es insurgente”; me dice que porque tengo allí a esa mujer (a Policarpa); le dije que en esos días había llegado de tierra caliente con su hermanito que estaba enfermo; Policarpa sostuvo lo mismo. Me preguntó, qué gente visitaba a Policarpa, o se reunían la casa: le dije que nadie. Nos dejó en la casa con centinelas, rondó toda la casa y no halló nada.
Quiso llevarnos a todos presos, pero la circunstancia de estar yo criando, la creencia de que no conocía antes a Policarpa y Bibiano; a éste le azotaron y a los tres días le pusieron en libertad y volvió a casa.
Corno a los tres días, por la noche, volvió Iglesias a rondar la casa: había llegado mi compadre Ignacio Rodríguez y se había acostado, cuando sentí a Iglesias: cubrí a mi compadre con un poco de ropa sucia, él se quejaba: me preguntó Iglesias quién estaba allí, le contesté que un hombre que había llegado de Choachí y había enfermado de tabardillo. Concluyó la ronda y se fue.
Los papeles quemados contenían cartas de muchos patriotas, la lista de los que daban recursos para auxiliar a los que iban a las guerrillas, comunicaciones de los Jefes de éstas y borrador del estado de las fuerzas de los españoles.
Como al mes fusilaron a Policarpa. Salió al banquillo con camisón y mantellina azul, con un valor extraordinario, diciéndoles godos, tiranos, sanguinarios y retándolos con los patriotas que pronto serian despedazados por ellos.
Policarpa era pobre: no conocí ni llegué a saber que sus padres vivieran, ni más hermanos que los RR. PP, Agustinos y Bibiano, que después de ser soldado tomó el estado de sacerdote y murió hace algunos años en esta ciudad.

 Fue escrita esta narración en Bogotá el 20 de abril de 1876 y se conserva el manuscrito en la Biblioteca Nacional.


10.03.2018

Pelea a muerte en la frutería

Anoche tenía que hacer mercado pero no pude porque estaba lloviendo a cántaros. Cuando escampó salí y todo estaba cerrado menos la frutería, hacia la cuál me dirigí. En la mitad de la calle había una pareja peleando, él llevaba barba y el cabello largo, un look como el jesucristo de las estampitas, pero con unos pantalones jipis, y una camisa con bordados, ella llevaba el pelo con flequillo, estaba maquillada, tenía una chaqueta jipi tambien y un pantalon que no supe si también era jipi o era solo una pijama.

Ambos querían o creían ser hermosos, pero no lo eran.

A medida que me fui acercando me di cuenta de que discutian  a voz en cuello para que todos los que pasábamos por esa calle los oyéramos con claridad. Se habían parado a discutir justo en la mitad, cosa que si pasaba un carro a toda velocidad podía atropellarlos, ya que además esa calle no está bien iluminada. Yo entré a la frutería, compré bananos, papaya, perejil, tomates, limones, aguacates y maracuyá. Al salir habia una larga fila para pagar, en la puerta había un indigente de esos que extorsionan a los viandantes que no te dejan  salir si no les das algo.Un empleado de la frutería, de corbata, se acercó al indigente, conversaron por un momento y el indigente se fue, no vi que le diera dinero. La cajera me preguntó si tenía monedas, yo conté unos 750 pesos en monedas de cien y cincuenta y se los dí, salí mirando a lado y lado, a ver si el indigente me atacaba. Pero el individuo como tal no estaba en ningún lado.

No obstante, la pareja continuaba con su pelea sobreactuada, no se habían movido un milímetro y seguían exponiéndose a que un automovil los asesinara. Pasé a su lado, los miré y les sonreí, pero me ignoraron.

6.16.2018

La trompetista

Monica me mira desde la ventana, no he mencionado que la ventana ocupa toda la pared y se ve toda la ciudad en primer plano porque vivo en el primer piso, tampoco dije que Mónica lleva una falda y un sueter, casi parece una colegiala, y que le encanta hacer muecas pegando la nariz o las mejillas al vidrio de la ventana. Al fondo detrás de ella, hay una muchacha tocando una trompeta, de forma inexplicable se oyen los demás instrumentos y se distingue claramente una ranchera conocida. Se escucha todo un mariachi, pero solo puedo ver a la trompetista y más cerca, a Mónica que me hace señas para que salga. Salimos, la hija del tendero ha regresado del país donde estudia y caigo en cuenta de que llegó el verano. La hija del tendero es muy bonita, me mira de reojo pero yo estoy con Mónica y trato de ignorarla. Cuando regresamos a la casa subo al segundo piso, por la ventana, que no es tan grande como la del piso de abajo veo que  hay un electricista arreglando algo, se cuelga de un arnés y va bajando por la fachada principal como si fuera el hombre araña. Creo que la trompetista aun está tocando, creo además, que está vestida con uno de esos trajes de mariachi color lila.

6.15.2018

El sobrino

Tendría entre 20 o 25 años. Se acercó y me preguntó si estaba libre al día siguiente que era sábado. Debía ir al hospital a ver a su tío, de hecho, debía ir y quedarse a acompañarlo todo el fin de semana. Le dije que podía pasar por él a las seis de la mañana. Mi hermano y mis amigos me esperaban en la esquina, les hice señas con la mano para que me esperaran mientras mi posible pasajero me decía dónde debía pasar por él. Creo que cuando se aproximó a mí sonreía, con mi hermanos y mis amigos veníamos contando chistes, o burlándonos de algo o alguien, y él se acercó con una sonrisa como por confraternizar, pero a la medida que me hablaba de su tío se iba entristeciendo. Le pregunté, todo lo respetuosamente que pude, qué tenía su tío. Era enfermo terminal, tenía sida. Yo le puse la mano en el hombro, y le dije que tenía que ser fuerte, y que sí, que a la mañana siguiente pasaría por él. Se marchó caminando en dirección contraria a donde estábamos mis amigos y yo. Me quedé pensando que nunca le había puesto la mano en el hombro a un desconocido.